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miércoles, 24 de agosto de 2011

En los Andamios del Infinito IV. Seminario Libre de Historia de la Ciencia y Tecnología.

Sir Sydney Chapman en una conferencia.
Otro astrónomo afamado residente en Viena, el doktor Litrow propuso el desierto del Sahara, en donde se cavaría una enorme zanja en la cual se vertería keroseno para formar un círculo de 30 km de diámetro iluminado por las flamas.  A estas propuestas se agregaban otras más complejas como zanjas en forma de cuadrados y triángulos y encenderlos en noches sucesivas. En aquellos devaneos se encontraba la discusión cuando apareció un astrónomo de personalidad por demás excéntrica, Franz de Paula Gruithuisen, personaje que mostraba a las claras faltarle más de un tornillo. Gruithuisen afirmaba que cerca del cráter Schröter en la Luna, se encontraba una ciudad casi en el centro del cráter. El anuncio causó una profunda conmoción y de inmediato legiones de entusiastas comenzaron a comentar en todas partes, que en la Luna, sin lugar a duda, había civilizaciones avanzadas. El interés público motivó la aparición de numerosas novelas con el tema central de la vida lunar. Gruithuisen quizá animado por la corriente de entusiasmo que había despertado, afirmó que en Venus, debido a la cercanía con el Sol y por tanto con temperaturas mucho más cálidas que en la Tierra, las condiciones eran favorables para el desarrollo de la vida. Contento con estas declaraciones, Gruithuisen personaje que muy probablemente fumaba algo exótico, afirmó que los destellos observados de antaño en Venus y que se sabía se deben a la altura alcanzada por su atmósfera, eran según nuestro pintoresco astrónomo, luces festivas debido al ascenso al trono del gobernante de Venus. La credulidad de la gente llega, sin embargo, a un límite. Algo ya no caminaba bien. Pero los chiflados abundan y se unió a la fantasía desmedida el francés Charles Cros mediante su obra Moyens de Communications avec les planetes, aparecida en Paris durante 1869. Cros sostenía que las lucecillas que se reportaban de cuando en cuando en Venus y Marte, eran realmente serios intentos de comunicación que debían ser contestados perentoriamente. Propuso que se construyeran espejos con una distancia focal que coincidiera con la superficie del planeta elegido para comunicarse, y mediante el envío de luz solar concentrada calcinar las arenas del desierto marciano. Tal arreglo de espejos y distancia focal, pone de manifiesto que Cros ignoraba las leyes de Kepler y la elepticidad de las órbitas planetarias, además tales espejos serían imposibles de construir. Charles Cros, convencido que su idea era magnífica, pasó horas, días, meses y años empeñado en sus ideas y con la convicción que el gobierno francés tenía la suprema obligación de  financiar el magno proyecto. Iluso. Se equivocó totalmente; nadie puso la menor atención a su descaminada idea y murió en la más profunda desesperación y lóbrega pobreza. ¿Mártir de la ciencia? Ciertamente no.
Póster del IGY
 El siglo XIX se deslizaba presuroso, la ciencia comenzaba con su espectacular despliegue de descubrimientos, algunos de ellos definitorios en la historia de las ideas y cambios radicales en la concepción del mundo.  En 1859 Bunsen y Kirchhoff inventaban el espectroscopio, aparato que descompone la luz y permite establecer los elementos químicos presentes en el sistema que produce dicha luz. La aplicación del espectroscopio a la astronomía dio resultados sorprendentes. Se demostró que las estrellas e incluso los planetas, estaban formados por los mismos elementos presentes en la Tierra. Poco tiempo después, Mendeleyev y Meyer ordenaron los elementos químicos conocidos para integrar la Tabla Periódica de los Elementos. En 1859, Charles Darwin publicó una obra de sería el timón para un cambio de rumbo respecto a los incesantes cambios de las formas vitales a través de la famosa obra El Origen de las Especies, y con ello abrir una puerta a la nueva concepción de la vida y la naturaleza. Con Darwin comenzó una serie de especulaciones basadas en la idea que dónde surgiera la vida, en función del tiempo podría desarrollarse vida inteligente.  Por aquellos años también surgieron las primeras teorías formales sobre el origen del sistema planetario. El punto de partida fue la propuesta teórica de Kant y Laplace que suponían una nebulosa primigenia condensada a partir de la materia proveniente de otros soles.
En ése ambiente en plena ebullición, los entusiastas de la vida extraterrestre, vieron en Marte el candidato idóneo.
Marte era considerado mucho más viejo que la Tierra y por tanto la vida en el planeta rojo, tendría mayor complejidad y líneas evolutivas, una población más vieja y sabia que los humanos.
La notable mejoría en la calidad de los telescopios contribuyó a lograr observaciones más detalladas de los cuerpos celestes. En 1877 Asaph Hall descubrió dos pequeños satélites marcianos, Deimos y Phobos. Marte atraía el interés de los astrónomos mientras la Luna poco a poco cedía su lugar de privilegio a observaciones de los planetas. Durante aquel año de 1877, un astrónomo italiano, Giovanni Schiaparelli, asombró a los profesionales y al público al anunciar que en Marte se observaban surcos (canalli) De inmediato, quizá por una mala traducción o interpretación de la palabra canalli, más de uno afirmó que los canales eran en realidad gigantescas obras de ingeniería que llevaban agua de las regiones polares a las regiones habitadas. 
Durante más de treinta años, el fervor por Marte no cesó. Fue una época de fuerte vinculación del público con los anuncios de los grandes observatorios del mundo. Los boletines eran leídos con creciente interés. Se dibujaron y publicaron detallados mapas marcianos que sugerían complejas vías de comunicación y sistemas de irrigación, construidos por una civilización muy avanzada.
Alrededor de 1900, final del siglo XIX, se instituyó un curioso premio denominado Prix Guzmán que debía entregarse a quién estableciera sin lugar a dudas, comunicaciones con otros planetas, excepto claro, con Marte “pues la comunicación con los marcianos era muy fácil de lograr” hasta dónde se sabe, el Prix Guzmán no ha sido entregado a ningún participante.
La literatura no podía faltar a la convocatoria de los sorprendentes anuncios. Un matemático literato, Kurd Lasswitz, nacido en Breslau, hijo de un rico mercader que dotó al joven de una esmerada educación; Kurd dedicó su tiempo a las ciencias naturales, los números y símbolos y la literatura. Lasswitz escribió muchas obras pero destaca la novela Auf Zwei Planeten (En dos Planetas), obra que lo convirtió en un autor muy apreciado incluso por astrónomos profesionales. Publicada en 1897, alcanzó muchas ediciones y fue prohibida por los nazis. Fue reimpresa en 1948 como homenaje al autor en el centenario de su nacimiento. 
En la obra, Lasswitz partía de considerar a los marcianos con mucho mayor antigüedad e inteligencia que los humanos y capaces de viajar en el espacio.  Consecuentemente la posibilidad de que los marcianos viajaran a la Tierra era perfectamente posible. El ambiente de la obra estaba  sabrosamente condimentado con la afirmación de que los canales eran  franjas de vegetación a través de los desiertos, grandes bosques que alcanzaban dimensiones colosales debido a la menor fuerza gravitatoria del planeta. El agua se conducía mediante tuberías para evitar la evaporación, para que nada del valioso líquido se desperdiciara y se utilizara completamente en el riego de plantas comestibles. La avanzada química marciana había logrado producir plantas y alimentos sintéticos de tan bajo costo, que su obtención era prácticamente gratuita. Lasswitz soñaba con una sociedad perfecta que no padecía las mordidas del hambre y la desigualdad. Sin embargo, se produce un episodio dramático: los marcianos de ética superior deciden la guerra contra los humanos debido a la necedad y estupidez de estos últimos.  Claro, hay humanos que visitan Marte mediante un globo que en el Polo, es capturado por un torbellino de energía que los transporta hasta el planeta rojo. Desde allí los protagonistas observan la Tierra con la ayuda de un súper telescopio, lo que observan es dramático y triste, hambre, desigualdad, guerras, sufrimiento... (Por lo visto nada ha cambiado en nuestros días)
A  Auf Zwei Planeten, le siguen otras notables novelas, el inglés Herbert George Wells escribe  The First Men in the Moon y, esencialmente, La Guerra de los Mundos obra que ha sido llevada al cine y en la cual los virus son los héroes al salvar  la Tierra de la invasión marciana.
Cabe recordar que ya entrado el siglo XX, se produjo otro acontecimiento de alcances impredecibles para la época. En 1930, Orson Wells, dramatizó en radio La Guerra de los Mundos con consecuencias asombrosas, que dieron pie a muchas teorías sobre el impacto de los medios de comunicación, especialmente la credibilidad de la radiodifusión.
Otras obras basadas en la imagen marciana han estado presentes en múltiples traducciones y ediciones como HP Dick, Marciano vete casa, la notable obra Crónicas Marcianas de Ray Bradbury, entre las más conocidas. Los avances de la astronomía, la física, química, biología, los descubrimientos sobre la naturaleza humana a través  del psicoanálisis, los efectos aterradores de la guerra, habían contribuido a construir escenarios y expectativas complejas y paradójicas. Sé habían derrumbado estructuras mentales ancladas al pasado, y las nuevas llegaban vacilantes. No era descabellado de ninguna manera, pensar en la posibilidad real de construir máquinas para viajar por el espacio. 
Hermann Oberth
En 1927 un puñado de jóvenes alemanes fundaron la Verein fur Raumschiffhart (Sociedad para la navegación espacial) encabezada por Robert Winkler, el escritor científico Willy Ley y Hermann Oberth, durante aquellos años un joven físico sin graduarse y antiguo estudiante de medicina en Munich. Oberth, fue uno de los pioneros más emblemáticos de la historia de los cohetes. Nació el 25 de junio de 1894 en la pequeña ciudad de Sibiu también conocida con el nombre alemán de Hermanstadt, provincia de Transilvania, en aquellos años una provincia del Imperio Austro Húngaro, (la tierra de Drácula) antiguo asentamiento, desde el siglo XII de colonos   alemanes. Hijo del próspero médico Julius Oberth,  el joven Hermann parecía destinado a seguir los pasos paternos en el campo de la medicina, e incluso se inscribió en la Universidad de Munich para satisfacer los deseos de la familia. De niño padeció escarlatina y fue enviado a Italia para su recuperación. Allí su madre, para entretener al niño, le dio a leer un libro que había tenido uno de los más resonantes éxitos del siglo XIX: De la Tierra a la Luna, obra del maestro Julio Verne. Suele suceder que muchas mentes, parecen encenderse con algunos aparentemente pequeños acontecimientos, de esos detalles anecdóticos que muchos autores se esfuerzan por presentar a manera de ejemplos edificantes de los grandes hombres y mujeres: una brújula para Einstein, una manzana para Newton, una serpiente para Kekulé, un sueño para Amelia Earhart y una lectura para Oberth. A los 14 años, Oberth ya pensaba en cohetes que se propulsaran a sí mismos a través del espacio por la eyección de gases por la base. No obstante, al ingresar a la Universidad, Oberth estudiaba mal que bien medicina. En esos pasos andaba cuando se atravesó la Primera Guerra Mundial, al igual que muchos jóvenes fue enlistado en calidad de enfermero y enviado al frente. Al terminar las hostilidades, el jovenzuelo sabía que lo suyo no era la medicina, sentía una atractivo irresistible por la física y las matemáticas. Abandonó sus estudios médicos y continúo con las ciencias físicas en Heidelberg, no sin causar seria consternación a la familia Oberth. Comenzó el desarrollo de ideas novedosas en torno a un cohete con etapas múltiples, impulsado por combustibles líquidos. Oberth pensaba con mucha razón, que para alcanzar alturas importantes se requería un cohete base que acelerara a otros menores, los cuales sumarían sucesivamente su velocidad. Actualmente es un lugar común pensar así de los cohetes, es en efecto, una idea aparentemente simple pero en su época constituyó una luminosa idea, además era claro que los combustibles sólidos como la pólvora y otros muchos que se conocían por esos tiempos,  no tenían la propiedad de proporcionar el empuje necesario al sistema y se requerían mezclas de líquidos de mucho mayor potencia.
En Alemania el desarrollo de los cohetes con objetivos útiles ya tenía rato largo de flotar en el ambiente. Durante la reunión Anual de la Sociedad de Científicos y Físicos Alemanes de 1906, R. Baur que había emigrado a Turquía y fungido como instructor de artillería del ejército, presentó un informe realmente interesante. Baur, había realizado, incluso, algunos experimentos con cohetes destinados a dispersar las nubes productoras de granizo.  Baur pensaba que una potente explosión en el interior de la nube, ocasionaría que el mecanismo productor del granizo podría alterarse con la súbita dispersión de las pequeñas gotas de agua y con ello, impedir la coalescencia, de manera que no produjera la formación de esferillas de hielo. En Suiza se desarrollaron muchos experimentos pero, obviamente, no se podía demostrar que una nube potencialmente con granizo, era dispersada o no por la explosión de los cohetes. Curiosamente hoy día se utilizan cohetes que esparcen yoduro de plata para provocar lluvias. Los experimentos de Baur fueron un paso realmente interesante de aplicación de los cohetes para investigación de la atmósfera y lograr resultados útiles. Aun más sorprendente, resultó la aportación de Baur, al presentar en la misma reunión, un trabajo titulado “El cohete al servicio de la fotografía” y daba cuenta de las experiencias del ingeniero Alfred Maul quien había diseñado un cohete portador de una pequeña cámara fotográfica y obtener placas aplicadas a reconocimiento militar. Un primer modelo se lanzó en 1904 y portaba placas emulsionadas de 40x40 mm. El cohete podía alcanzar unos 300 m de altitud, con el inconveniente, muy serio, que el material debía recuperarse no siempre en condiciones adecuadas para ser utilizado. Maul construyó varios cohetes de diferentes tamaños, uno de los últimos construidos pesaba, al momento del despegue, 25 kg y en 8 sec alcanzaba 500 m de altura. Portaba placas de 12x12 cm y el propulsor era pólvora negra. El diseño mayor fue construido y lanzado en 1912, con placas de 18x18 cm y un peso al despegue de 42 kg. Alcanzó 900 m de altitud y prometía frutos muy jugosos.   Willy Ley el gran divulgador de los viajes espaciales,  escribió que las imágenes obtenidas por los cohetes de Maul, sobreviven publicadas en la vieja revista Kosmos de 1914. A los pocos años, comenzó la Primera Guerra Mundial y estos experimentos fueron desplazados por aviones de reconocimiento.   
El gran divulgador Willy Ley. Paleontólogo, escritor, experto  en cohetes.
En 1922 Oberth ya tenía un considerable avance teórico respecto al diseño de cohetes de etapas múltiples. Para dejar claro de que lado masca la iguana,  escribió su tesis doctoral pero, obviamente, fue rechazada. Sus profesores con evidente y abundante polilla en el cerebro; no alcanzaban entender eso de “tratar de viajar al espacio”, estas minucias no asustan o deprimen a mentes como la de Oberth. La Tesis original estaba formada por 99 páginas, la amplió a las respetables dimensiones de 429 páginas que terminó siete años más tarde.  Mando muy lejos a sus apolillados profesores, con el lapidario comentario que “No escribiré otra tesis doctoral, eso no importa. Probaré que soy capaz de ser mejor científico que muchos de ustedes, aun sin el título de doctor”. Regresó a su tierra natal y en la Universidad de Cluj, obtuvo un grado académico el 18 de mayo de 1923, que le daba la licencia de dictar cátedra en escuelas técnicas. No obstante,  demostró plenamente su capacidad e imaginación científica,  que se evidenció con meridiana claridad mediante un libro que se convertiría en la otra orilla del río en materia de cohetes: Die Rakete zu den Planetenräumen (el cohete en el espacio Interplanetario) La obra contenía una buena dosis de matemáticas y física suficientes para intoxicar mentes desprevenidas. La obra tuvo la seriedad y contenido suficiente para ser leída y estudiada por cientos de interesados en las regiones de habla alemana, y despertar más de una vocación científica. Así ocurrió en efecto, aunque los profesionales de la física y la astronomía, extrañamente no le dedicaron apenas la mínima atención. El libro  apareció, por decirlo suavemente de la nada, lo firmaba un ilustre desconocido con el nombre de  H. Oberth. La casa editora Oldenbourg de Munich era la responsable de la distribución e impresión de la obra, la cual, según se supo después, había pagado casi enteramente de su bolsillo el atribulado autor. 
Pese a su contenido físico y matemático,  Die Rakete zu den Planetenräumen, comenzaba con una especie de profecía:
i.              El estado actual de la ciencia y los conocimientos tecnológicos permiten construir máquinas que pueden elevarse más allá de los límites de la atmósfera terrestre.
ii.            Después de perfeccionadas, esas máquinas serán capaces de alcanzar velocidades tales que, si se las deja recorrer su trayectoria en el vacío, no regresarán a la Tierra y serán además, capaces de salir de la zona de atracción terrestre.
iii.           Podrá construírseles de tal manera que puedan transportar hombres, sin menoscabo de su salud.
iv.           En determinadas condiciones, la fabricación de tales máquinas podría ser provechosa. Estas condiciones pueden producirse en una pocas décadas.
Después vienen las consideraciones teóricas y los desarrollos matemáticos, sin embargo, el libro fue un éxito de librería. En un suspiro se agotó la primera edición y los pedidos para la segunda habían agotado también el tiraje planeado.
Al poco tiempo se dejaron venir las críticas que sufre toda idea novedosa. Desde siempre se ha sabido que cualquier cambio de referencia cultural es uno de los procesos humanos más difíciles de madurar, casi siempre se opone todo tipo de resistencia al cambio. La ciencia no es ajena a estas reacciones. 
Algunos astrónomos expresaron que la propuesta de Oberth no pasaba de ser una curiosidad interesante, pero “como bien se sabía” el estudio no tenía fundamento pues “no se producía reacción en el vacío”  Otro crítico, físico él, argumentaba que por más reflexión que hacia en torno a los cohetes, no alcanzaba a comprender cómo los gases de escape iban a seguir al cohete, cuando éste sobrepasara su propia velocidad de escape. Sospechamos que nuestro “físico” entendía poco de Física ya que visto desde la referencia del cohete, no cambia la velocidad de escape.
Hermann Oberth, Wernher von Braun, y miembros de la VfR 
Y así por el estilo se desgranaron las críticas de los severos científicos, sin mucho seso por lo visto.  Una aportación del mayor interés consistió en que Oberth pensaba seriamente en el empleo de combustibles líquidos en lugar de la venerable pólvora. La gasolina incluso, producía una velocidad de escape casi el doble del que produce la pólvora.  Este hecho inclinó la balanza a favor de la búsqueda de mezclas de combustibles que permitieran mayores velocidades de escape, más seguras en su manejo y más eficientes. 
A pesar de los argumentos en contra, el libro cayó en terreno fértil ya que estimuló a otros interesados a adentrarse en las ideas en torno a la ingeniería y posibilidades de los cohetes y sus aplicaciones.  Oberth y sus amigos de la VfR dedicaron un tiempo para conseguir financiamiento para experimentar, pero los posibles financieros se llevaron más de una sorpresa. Para comenzar, Oberth era un joven delgado y generalmente bien vestido. Su presencia adusta, contrastaba con la idea típica de una especie de chiflado con las agujetas de los zapatos sueltas, barba,  el cabello largo y hecho un manojo desordenado. Oberth hablaba con un tono profundo de barítono, preciso y directo; no guardaba secretos, no tenía patentes, todas las ideas, según exponía a los gordinflones hombres del dinero, estaba expuesto en su libro, el cual, por supuesto, no habían leído y mucho menos comprendido. Las reuniones fracasaban precisamente por la actitud abierta y generosa de Oberth. Los ricachones, con expresión asnal sólo miraban sin comprender un ápice de las explicaciones del despreocupado joven. Obviamente, los panzones inversionistas sólo pensaban en hacer dinero fácil y rápido. Aquel distinguido jovenzuelo que no tenía especial interés en las ganancias, no los convencía con sus soñadoras propuestas. En 1929 Oberth escribe otro libro fundamental: Wege zur Raumschiffhart  (Rutas al espacio)  Estas actividades ocurrían mientras intercalaba viajes frecuentes a su querida Transilvania para dictar sus clases de física y matemáticas. En 1930 encontramos a Oberth y sus estudiantes de la escuela técnica de Medias, enfrascados en probar un cohete impulsado con combustible líquido.  De1935 a 1940, Oberth decide enviar a su familia a Sibiu y se convierte en profesor durante la guerra, en el Technische Hochschule de Viena y en Dresden, alterna sus clases con la actividad científica en el complejo militar de Wittenberg. Al terminar la guerra, permanece en Alemania hasta 1948 y se muda a Suiza para trasladarse a Italia y permanece ahí hasta 1953. Las cosas parece que no son muy estimulantes y se marcha a Estados Unidos de América donde trabajara en el Arsenal Redstone. Retorna a Alemania se finca en Feutch, Nürnberg, no sin antes ser consultor de la empresa Convair de Estados Unidos. En 1962 se retira en Alemania.