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viernes, 12 de agosto de 2011

En los andamios del Infinito: Historia de la Exploración Espacial III. Seminario Libre de Historia de la Ciencia y Tecnología. Alejandro Rivera Domínguez.


-Ladies and gentlemen... ejem... los científicos soviéticos han colocado un satélite en órbita en torno a la Tierra... ejem... a una altura de 900 kilómetros... dijo con tono seco. A continuación felicitó a los científicos soviéticos.
Un ohh largo y ahogado, fue el lapso para que, a más de uno, se le bajara la beodez inmediatamente. Los reporteros en masa se dirigieron a los  teléfonos disponibles para comunicarse con sus periódicos,  estaciones televisivas y de radio.
Fue poco común y no exento de humor, que un norteamericano informara a los soviéticos en su propia embajada, de la hazaña científica de sus paisanos. Era evidente que los científicos rusos asistentes ignoraban los detalles del venturoso lanzamiento.  Entre risas nerviosas, pedían a gritos más vodka al tiempo que entonaban Kalinka y bailaban grotescas danzas cosacas encima de las mesas, otros se abrazaban, los de origen ucraniano se daban sonoros besos en la boca. Los científicos norteamericanos y de otros países, por su parte, dejaron discretamente sus rebosantes vasos de vodka, limpiaron las comisuras de los labios y entre el desencanto y la caballerosidad, se despidieron entre fuertes apretones de manos de sus colegas rusos. A continuación formaron grupos pequeños y desaparecieron entre las sombras del ocaso. Horas antes,  al otro lado del planeta, la tarde del cuatro de octubre caía fría y los lejanos reflejos del atardecer plomizo se deslizaban a la obscuridad del otoño; las lámparas iluminaban intensamente la rampa de lanzamiento, un tenue vapor se desprendía de la estructura, mientras en el búnker los nerviosos ingenieros trabajaban en los últimos preparativos.  Examinaban frenéticamente los controle. Los presentes se dirigían entre ellos con suaves susurros, las miradas tensas apenas contenían la emoción.  En el recinto, se encontraba Sergei Pavlovitch Korolev  con miembros de una comisión gubernamental. Korolev y Leonid Voskresensky parecían directores de orquesta. Se movían de un lado a otro, sus rostros se iluminaban tenuemente mientras revisaban los cuadrantes de los controles daban órdenes terminantes, claras y precisas.  Leonid era militar pero tenía una personalidad por demás singular. Era un motociclista temerario y amaba los peligros de todo tipo. Korolev en cambio, era serio, pero con gran sentido del humor.  Ambos habían estado desde las primeras pruebas con las pocas bombas V-2 capturadas en Peenemünde, al norte de Alemania.  El comando para la fase final del conteo se había confiado al teniente Boris Schekunov.  El joven Boris, miraba el reloj incesantemente mientras el sudor daba un brillo especial a su rostro marcado por la tensión. La espera se hacía cada segundo más desesperante; Korolev y Voskresensky y el resto de los ingenieros apenas movían las pestañas. El jefe de la operación el teniente coronel Alexander Nosov, pidió el periscopio para observar la iluminada rampa. Unos segundos después dijo: “un minuto y nos vamos”.
El Sputnik 1 es lanzado 4 de octubre de 1957,
Con excepción de los operadores todos estaban de pie, las mangas de las camisas remangadas, el segundero del reloj central parecía avanzar con extrema lentitud. Finalmente, Schekunov oprimió el botón de ignición cuando el reloj marcaba 22h 28´34” de la hora de Moscú.  Al principio una inmensa nube de tonos amarillentos y grises cubría la base del cohete, transcurridos dos ó tres segundos,  una inmensa flama naranja surgió de la base y lentamente, el cohete comenzó a elevarse. Los cinco motores del R-7, con un sonido seco de barítono, ponían en juego el empuje total de sus 390 toneladas. Algunos problemas de último momento casi obligan el aborto de la misión.  A T+16 s el sistema para el vaciado de los tanques falló, y ocasionó un consumo extra de keroseno. Una turbina también falló un segundo antes de lo planeado, sin embargo, a T+324.5 s la separación del Sputnik con sus 83.6 kg contenidos en una esfera brillante de aluminio, había transcurrido exitosamente y estaba en camino de su primera órbita elíptica. El primer objeto hecho por el hombre se encontraba en órbita alrededor de la Tierra. La Era del Espacio había nacido.     
A los pocos días, era evidente que el cohete de la última etapa y el propio satélite eran visibles a simple vista durante el amanecer o al ocaso, ya que ambos objetos resplandecían, iluminados por la luz solar, contra el fondo estrellado en el majestuoso viaje por el espacio.  En México, al menos, la gente sorprendida comentaba en todas partes el excelente avance. Muchos trataron de observar al Sputnik aunque en realidad pocos lo lograron. Durante meses se comentó la hazaña reforzada por el lanzamiento del Sputnik II con la perrita Laika a bordo, lanzamiento exitoso que colocó al primer ser vivo en el espacio, apenas un mes después del impacto del Sputnik 1.
Quizá no haya nada más peligroso pretender que un grupo tenga la única verdad absoluta, y que trate de imponer su visión del mundo a los demás. Las religiones y las ideologías en las cuales se asientan los poderes de decisión, de los destinos nacionales o de grupo, han desatado las más sangrientas guerras. Los nacionalismos rabiosos y las ideologías hegemónicas generan reacciones hostiles e irracionales. Convierte en enemigos a quienes no se adhieren a sus principios. Esta ha sido la base de las guerras y ésta condición exacerbaba los ánimos entre el llamado “mundo libre” y la temida “cortina de hierro”. 
El Sputnik I no tendría el realce esperado para las actividades del Año Geofísico Internacional, y menos en los países con poco desarrollo científico y escasa participación en las actividades del Año Geofísico, por el contrario, el público azuzado por los medios, tuvo una reacción casi patológica al hecho que los rusos poseían la tecnología para colocar satélites en órbita y por ende, cohetes cargados de explosivos que podrían alcanzar al “mundo libre”. Era evidente el intento de rebajar el logro científico ruso. 
La esfera plateada...el primer satélite
 Después del éxito del Sputnik algunos medios de comunicación propalaron el rumor de que los soviéticos habían secuestrado a los cerebros alemanes al final de la guerra, que se trataba de pura propaganda. Y el ridículo extremo ¡qué no había tal satélite...! Agregaban, azuzados desde el propio gobierno estadounidense, que ellos, los soviéticos, no actuaban lealmente con el resto de las naciones al no anunciar el lanzamiento. El orgullo nacionalista estadounidense había sufrido un rudo golpe, diríamos un nocaut técnico.  Sin embargo, los propios soviéticos demostraron que la realidad era muy otra. Meses después, en septiembre de 1958, los estadounidenses con la doble moral que los ha caracterizado, hicieron estallar tres bombas de hidrógeno en la atmósfera, una en el Pacífico sur y otras en el Atlántico, proyecto que se realizó en el más completo secreto y recibió el nombre clave de "Argos" con el fin de “investigar” el comportamiento de las partículas cargadas en presencia de un campo magnético como el de la Tierra. La verdad, según se supo después, era un proyecto militar con algunos elementos básicos de investigación científica. Por supuesto, el experimento se llevó al cabo en completo secreto en contravención con las normas del Año Geofísico Internacional. Resulta significativo que los científicos soviéticos de inmediato dedujeron que los reportes de luces extrañas y líneas espectrales de la alta atmósfera con gran contenido de Litio, indicaban detonaciones nucleares.  El biólogo Lewis Thomas había subrayado que la ciencia se tiene o no se tiene. Y si se tiene, no es posible quedarse sólo con lo que gusta. Hay que aceptar también la parte que tiene de imprevisible e inquietante.  En aquel momento la ciencia y tecnología soviética había mostrado su avance innegable.   
Como resultado de la Segunda Guerra Mundial, los aliados habían capturado muchos cohetes alemanes de la base de Peenemünde en la costa Báltica. Estos cohetes conocidos como V-2   habían transportado cargas explosivas a Londres y Amberes. La tecnología era la más avanzada de la época, aunque los primeros en utilizar cohetes tácticos de mediano alcance fueron los soviéticos. Los alemanes construyeron los famosos Vergeltungwaffe II (arma de represalia II)  que se propulsaban con combustibles líquidos y alcanzaban la altitud de 188 km, la mayor altitud de aquellos tiempos. Al terminar la guerra, científicos, ingenieros y técnicos alemanes, expertos en cohetes. Se rindieron a los aliados; unos pocos técnicos fueron capturados por el Ejército Rojo y enviados a Moscú para trabajar en algunos proyectos sobre cohetes de menor importancia.  Los cohetes, incluso antes de la guerra, no eran una novedad en Europa y Estados Unidos. En Alemania y Rusia la ciencia y tecnología de los cohetes ya tenía avances notables.
La Segunda Guerra abonó el árbol de la ciencia y abrió la caja de Pandora.

II. El Taller de Hefestos
Percival Lowell, observador de Marte.
La historia tiene muchos pasadizos, unos húmedos y sumidos en la más completa obscuridad, otros iluminados y frecuentemente recorridos.  La historia de la tecnología ha sido construida por mentes que han buscado las soluciones más inmediatas, prácticas incluso extrañas, para extender la potencialidad de los sentidos humanos. La historia de la pólvora y los cohetes con su aplicación militar, se extendió a la aplicación de tales ingenios para alcanzar grandes alturas y consecuentemente, tratar de llegar a otros cuerpos planetarios. Sin embargo, la historia es un sistema caótico, dado un conjunto de condiciones el sistema no actúa linealmente, es decir, se tiene A y con ello se espera llegar a B, si acaso esto fuese cierto, la bolsa de valores sería totalmente predecible o las elecciones para formar gobiernos en los sistemas democráticos.  En la realidad cruda nadie sabe con certeza la manera como evolucionarán los sistemas sociales. Al avanzar ciertos paradigmas y ser aceptados, el imaginario social construye otros sistemas fruto de la imaginería con los cuales se puebla y enriquece el mundo. Aun sin las herramientas mínimas, los viajes espaciales han sido una constante en la historia humana. Muchos sistemas religiosos se han construido directamente de la aspiración humana por tocar las estrellas. Dioses que vuelan, habitan en el cielo, lugares sagrados que se encuentran en la negrura de la noche, otros que vienen con las estrellas. En efecto, el espacio abierto del día y la noche con su rigurosa e inexorable marcha de luz y obscuridad, acompañados de los frutos plateados,  han actuado como un poderoso elixir para la inteligencia humana.    
Sí, para el año 2000...
Y el correo también...
Entre los pasadizos de la historia hay conexiones, puertas que se abren o se cierran, una corriente de aire por aquí abre una ventana mucho más allá. Expliquemos. ¿Cómo se fundieron la óptica, la astronomía, los escritores imaginativos y los cohetes? Caía el otoño de 1833. William Herschel, el notable astrónomo y músico asentado en Inglaterra, había decidido enviar a su hijo,  también astrónomo, a Sudáfrica para observar el casi desconocido cielo del sur. La óptica en Francia e Inglaterra tenía representantes notables que habían construido lentes y espejos con creciente y excelente precisión.  John Herschel, equipado con magníficos telescopios se embarcaba aquel otoño, acompañado del interés público azuzado por sensacionalistas despliegues de la prensa.  Se  creía a pie juntillas, que con los nuevos y poderosos telescopios dirigidos al cielo austral, se conocerían los secretos mejor guardados del cosmos.  John tocó tierra  Sudafricana  durante la primavera de 1834 y de inmediato instaló su equipo para comenzar su tarea observacional. Las notas periodísticas llamaron la atención de diversos periódicos del mundo.  El calor del verano de aquel año se alejaba, mientras The Sun de New York  vio una espléndida oportunidad de incrementar su tiraje diario mediante un engaño. Realmente la situación no ha cambiado mucho con la mayoría de los diarios del mundo, pocos se salvan de hacer uso del viejo truco de incluir notas asombrosas para captar lectores. De esto saben rato largo muchos diarios. The Sun comenzó incluir notas provenientes de una publicación escocesa llamada “Edinburgh Journal of Science”, revista que era pura y llanamente una invención, pero no era posible en aquellos años, probar fácilmente su autenticidad, los medios de comunicación ayer como hoy son creíbles. El público cree un alto porcentaje de los contenidos, aunque sean evidentes engaños. The Sun aseguraba en sus notas, que ya no había límite para  las potencialidades de la óptica y la mecánica y los telescopios de Herschel reunían las mejores condiciones logradas hasta aquel momento.
Los canales de Marte
Es pertinente reconocer la audacia y genialidad del editor en jefe de The Sun, Richard Adams Locke quien con gran olfato y un cinismo admirable, escribió que al enfocar el telescopio a la superficie lunar, aparecieron formaciones rocosas y planicies con un detalle que “parecía que los observadores volaban en un globo”. Después observaron bosques que parecían abetos, praderas y rebaños de ovejas. Además-continuaba The Sun-aparecieron manadas de cuadrúpedos semejantes a bisontes pero más pequeños, más allá, se observó una especie de cabra pero con un solo cuerno, para agregar más dramatismo, se agregó que “el mítico unicornio al fin, había aparecido”  Como era de esperarse las ventas de The Sun se dispararon notablemente. El público expectante, esperaba con ansia que apareciera la siguiente edición. Al comprobar el éxito del engaño, Adams Locke, comenzó a poblar las ediciones con murciélagos con aires de misterio y culminó con un sugerente artículo en el cual aseguraba que las observaciones de Herschel habían encontrado templos con cubiertas que parecían hechas de un metal amarillo. Los artículos se acompañaban de dibujos alusivos que se vendían como pan recién salido del horno. La mentira se convirtió un éxito comercial.  Sin embargo, el público en su constante cambio de intereses comenzó a perder interés por las noticias del diario. Siempre hay un truco para reanimar el alicaído interés. No era posible perder así, sin más, la gallina de los huevos de oro. Pronto, The Sun anunció que tenía en su poder una serie de ecuaciones que probaban sus notas anteriores, pero dichas ecuaciones no estaban dirigidas a los lectores de diarios. Con la sutil descalificación al lector común, el interés retornó y las ventas se mantuvieron a la alza. No cabe duda que al común de los lectores, les encanta que los sacudan y aun así, se aferran al imaginario colectivo.  No obstante, los profesores Olmstead y Loomis pertenecientes al claustro de la Universidad de Yale, solicitaron revisar las ecuaciones. Locke debió comenzar a sentir un sudor frío correr por su espalda.  Entretuvo, mientras fue posible, a los dos profesores con el cuento que las ecuaciones eran muy difíciles aun para ellos-es el caso del periodista que pretende saber de todo, incluso matemáticas avanzadas y juzgar su contenido- Otros diarios, mientras tanto, recelosos del éxito de The Sun, comenzaron a investigar para adquirir los derechos de la famosa Edinburgh Journal of Science. Finalmente, Locke arrinconado, sin encontrar nuevas salidas a la engañifa, confesó que todo lo había urdido y escrito él mismo.  El público y John Herschel, cuando se enteró, rieron de buena gana. Con esta sonrisa colectiva se confirmó que cada segundo nace un tonto. Las cosas no terminaron allí, la fiebre de la idea de progreso había caído en terreno fértil. El siglo XIX, era el escenario de muchos avances propiciados desde la revolución industrial y en Europa los avances en ingeniería y construcción de máquinas alcanzaban la mayoría de edad. Paralelamente, muchos movimientos sociales aunados a la expansión colonial, estimulaban la exploración de “tierras desconocidas”. El público no tenía duda que al igual que en la Tierra se descubrían constantemente nuevas maravillas, en el universo debían existir otras tantas, y lejos que nuestro planeta fuese el único habitado, se creía que otros planetas debían tener las condiciones  necesarias para que también estuvieran habitados por, incluso, civilizaciones más avanzadas, tal como lo sostuviera Giordano Bruno en sus obras y discursos, aun con las llamas lamiéndole los pies en la hoguera. La astronomía también lograba significativos avances con ayuda de la óptica y la mecánica. Se consideraba que Venus y Marte eran cuerpos planetarios en donde se afirmaba había vida con grandes civilizaciones formadas por seres semejantes a los humanos.
Schiaparelli "descubre" los canales
Los Herschel, padre, su hermana Carolina y el hijo John,  anunciaban sus notables descubrimientos de nebulosas e incluso un nuevo planeta, Urano,  ya se prefiguraba el descubrimiento de galaxias, descubrimientos que reafirmaron las creencias populares y de los científicos también, que el universo era mucho más interesante y complejo de lo que se pensaba anteriormente. A continuación se aceptó que la Tierra no era el único planeta con vida. Se escribieron infinidad de artículos que afirmaban y especulaban sobre las formas de vida en otros planetas y si bien no era posible visitarlos, existía la posibilidad de comunicarse con ellos mediante sistemas de señales.
Comenzaron a surgir propuestas para establecer códigos lógicos que pudieran ser interpretados por los supuestos habitantes de Venus y Marte. Algunos sugirieron que se trazara un gran triángulo rectángulo con los cuadrados trazados a partir de los catetos de triángulo, en las estepas siberianas para probar la capacidad deductiva de los vecinos planetarios. La idea no provenía de algún palurdo imaginativo, por el contrario la idea había sido propuesta por Karl Friedrich Gauss, el gran matemático.