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miércoles, 24 de agosto de 2011

En los Andamios del Infinito IV. Seminario Libre de Historia de la Ciencia y Tecnología.

Sir Sydney Chapman en una conferencia.
Otro astrónomo afamado residente en Viena, el doktor Litrow propuso el desierto del Sahara, en donde se cavaría una enorme zanja en la cual se vertería keroseno para formar un círculo de 30 km de diámetro iluminado por las flamas.  A estas propuestas se agregaban otras más complejas como zanjas en forma de cuadrados y triángulos y encenderlos en noches sucesivas. En aquellos devaneos se encontraba la discusión cuando apareció un astrónomo de personalidad por demás excéntrica, Franz de Paula Gruithuisen, personaje que mostraba a las claras faltarle más de un tornillo. Gruithuisen afirmaba que cerca del cráter Schröter en la Luna, se encontraba una ciudad casi en el centro del cráter. El anuncio causó una profunda conmoción y de inmediato legiones de entusiastas comenzaron a comentar en todas partes, que en la Luna, sin lugar a duda, había civilizaciones avanzadas. El interés público motivó la aparición de numerosas novelas con el tema central de la vida lunar. Gruithuisen quizá animado por la corriente de entusiasmo que había despertado, afirmó que en Venus, debido a la cercanía con el Sol y por tanto con temperaturas mucho más cálidas que en la Tierra, las condiciones eran favorables para el desarrollo de la vida. Contento con estas declaraciones, Gruithuisen personaje que muy probablemente fumaba algo exótico, afirmó que los destellos observados de antaño en Venus y que se sabía se deben a la altura alcanzada por su atmósfera, eran según nuestro pintoresco astrónomo, luces festivas debido al ascenso al trono del gobernante de Venus. La credulidad de la gente llega, sin embargo, a un límite. Algo ya no caminaba bien. Pero los chiflados abundan y se unió a la fantasía desmedida el francés Charles Cros mediante su obra Moyens de Communications avec les planetes, aparecida en Paris durante 1869. Cros sostenía que las lucecillas que se reportaban de cuando en cuando en Venus y Marte, eran realmente serios intentos de comunicación que debían ser contestados perentoriamente. Propuso que se construyeran espejos con una distancia focal que coincidiera con la superficie del planeta elegido para comunicarse, y mediante el envío de luz solar concentrada calcinar las arenas del desierto marciano. Tal arreglo de espejos y distancia focal, pone de manifiesto que Cros ignoraba las leyes de Kepler y la elepticidad de las órbitas planetarias, además tales espejos serían imposibles de construir. Charles Cros, convencido que su idea era magnífica, pasó horas, días, meses y años empeñado en sus ideas y con la convicción que el gobierno francés tenía la suprema obligación de  financiar el magno proyecto. Iluso. Se equivocó totalmente; nadie puso la menor atención a su descaminada idea y murió en la más profunda desesperación y lóbrega pobreza. ¿Mártir de la ciencia? Ciertamente no.
Póster del IGY
 El siglo XIX se deslizaba presuroso, la ciencia comenzaba con su espectacular despliegue de descubrimientos, algunos de ellos definitorios en la historia de las ideas y cambios radicales en la concepción del mundo.  En 1859 Bunsen y Kirchhoff inventaban el espectroscopio, aparato que descompone la luz y permite establecer los elementos químicos presentes en el sistema que produce dicha luz. La aplicación del espectroscopio a la astronomía dio resultados sorprendentes. Se demostró que las estrellas e incluso los planetas, estaban formados por los mismos elementos presentes en la Tierra. Poco tiempo después, Mendeleyev y Meyer ordenaron los elementos químicos conocidos para integrar la Tabla Periódica de los Elementos. En 1859, Charles Darwin publicó una obra de sería el timón para un cambio de rumbo respecto a los incesantes cambios de las formas vitales a través de la famosa obra El Origen de las Especies, y con ello abrir una puerta a la nueva concepción de la vida y la naturaleza. Con Darwin comenzó una serie de especulaciones basadas en la idea que dónde surgiera la vida, en función del tiempo podría desarrollarse vida inteligente.  Por aquellos años también surgieron las primeras teorías formales sobre el origen del sistema planetario. El punto de partida fue la propuesta teórica de Kant y Laplace que suponían una nebulosa primigenia condensada a partir de la materia proveniente de otros soles.
En ése ambiente en plena ebullición, los entusiastas de la vida extraterrestre, vieron en Marte el candidato idóneo.
Marte era considerado mucho más viejo que la Tierra y por tanto la vida en el planeta rojo, tendría mayor complejidad y líneas evolutivas, una población más vieja y sabia que los humanos.
La notable mejoría en la calidad de los telescopios contribuyó a lograr observaciones más detalladas de los cuerpos celestes. En 1877 Asaph Hall descubrió dos pequeños satélites marcianos, Deimos y Phobos. Marte atraía el interés de los astrónomos mientras la Luna poco a poco cedía su lugar de privilegio a observaciones de los planetas. Durante aquel año de 1877, un astrónomo italiano, Giovanni Schiaparelli, asombró a los profesionales y al público al anunciar que en Marte se observaban surcos (canalli) De inmediato, quizá por una mala traducción o interpretación de la palabra canalli, más de uno afirmó que los canales eran en realidad gigantescas obras de ingeniería que llevaban agua de las regiones polares a las regiones habitadas. 
Durante más de treinta años, el fervor por Marte no cesó. Fue una época de fuerte vinculación del público con los anuncios de los grandes observatorios del mundo. Los boletines eran leídos con creciente interés. Se dibujaron y publicaron detallados mapas marcianos que sugerían complejas vías de comunicación y sistemas de irrigación, construidos por una civilización muy avanzada.
Alrededor de 1900, final del siglo XIX, se instituyó un curioso premio denominado Prix Guzmán que debía entregarse a quién estableciera sin lugar a dudas, comunicaciones con otros planetas, excepto claro, con Marte “pues la comunicación con los marcianos era muy fácil de lograr” hasta dónde se sabe, el Prix Guzmán no ha sido entregado a ningún participante.
La literatura no podía faltar a la convocatoria de los sorprendentes anuncios. Un matemático literato, Kurd Lasswitz, nacido en Breslau, hijo de un rico mercader que dotó al joven de una esmerada educación; Kurd dedicó su tiempo a las ciencias naturales, los números y símbolos y la literatura. Lasswitz escribió muchas obras pero destaca la novela Auf Zwei Planeten (En dos Planetas), obra que lo convirtió en un autor muy apreciado incluso por astrónomos profesionales. Publicada en 1897, alcanzó muchas ediciones y fue prohibida por los nazis. Fue reimpresa en 1948 como homenaje al autor en el centenario de su nacimiento. 
En la obra, Lasswitz partía de considerar a los marcianos con mucho mayor antigüedad e inteligencia que los humanos y capaces de viajar en el espacio.  Consecuentemente la posibilidad de que los marcianos viajaran a la Tierra era perfectamente posible. El ambiente de la obra estaba  sabrosamente condimentado con la afirmación de que los canales eran  franjas de vegetación a través de los desiertos, grandes bosques que alcanzaban dimensiones colosales debido a la menor fuerza gravitatoria del planeta. El agua se conducía mediante tuberías para evitar la evaporación, para que nada del valioso líquido se desperdiciara y se utilizara completamente en el riego de plantas comestibles. La avanzada química marciana había logrado producir plantas y alimentos sintéticos de tan bajo costo, que su obtención era prácticamente gratuita. Lasswitz soñaba con una sociedad perfecta que no padecía las mordidas del hambre y la desigualdad. Sin embargo, se produce un episodio dramático: los marcianos de ética superior deciden la guerra contra los humanos debido a la necedad y estupidez de estos últimos.  Claro, hay humanos que visitan Marte mediante un globo que en el Polo, es capturado por un torbellino de energía que los transporta hasta el planeta rojo. Desde allí los protagonistas observan la Tierra con la ayuda de un súper telescopio, lo que observan es dramático y triste, hambre, desigualdad, guerras, sufrimiento... (Por lo visto nada ha cambiado en nuestros días)
A  Auf Zwei Planeten, le siguen otras notables novelas, el inglés Herbert George Wells escribe  The First Men in the Moon y, esencialmente, La Guerra de los Mundos obra que ha sido llevada al cine y en la cual los virus son los héroes al salvar  la Tierra de la invasión marciana.
Cabe recordar que ya entrado el siglo XX, se produjo otro acontecimiento de alcances impredecibles para la época. En 1930, Orson Wells, dramatizó en radio La Guerra de los Mundos con consecuencias asombrosas, que dieron pie a muchas teorías sobre el impacto de los medios de comunicación, especialmente la credibilidad de la radiodifusión.
Otras obras basadas en la imagen marciana han estado presentes en múltiples traducciones y ediciones como HP Dick, Marciano vete casa, la notable obra Crónicas Marcianas de Ray Bradbury, entre las más conocidas. Los avances de la astronomía, la física, química, biología, los descubrimientos sobre la naturaleza humana a través  del psicoanálisis, los efectos aterradores de la guerra, habían contribuido a construir escenarios y expectativas complejas y paradójicas. Sé habían derrumbado estructuras mentales ancladas al pasado, y las nuevas llegaban vacilantes. No era descabellado de ninguna manera, pensar en la posibilidad real de construir máquinas para viajar por el espacio. 
Hermann Oberth
En 1927 un puñado de jóvenes alemanes fundaron la Verein fur Raumschiffhart (Sociedad para la navegación espacial) encabezada por Robert Winkler, el escritor científico Willy Ley y Hermann Oberth, durante aquellos años un joven físico sin graduarse y antiguo estudiante de medicina en Munich. Oberth, fue uno de los pioneros más emblemáticos de la historia de los cohetes. Nació el 25 de junio de 1894 en la pequeña ciudad de Sibiu también conocida con el nombre alemán de Hermanstadt, provincia de Transilvania, en aquellos años una provincia del Imperio Austro Húngaro, (la tierra de Drácula) antiguo asentamiento, desde el siglo XII de colonos   alemanes. Hijo del próspero médico Julius Oberth,  el joven Hermann parecía destinado a seguir los pasos paternos en el campo de la medicina, e incluso se inscribió en la Universidad de Munich para satisfacer los deseos de la familia. De niño padeció escarlatina y fue enviado a Italia para su recuperación. Allí su madre, para entretener al niño, le dio a leer un libro que había tenido uno de los más resonantes éxitos del siglo XIX: De la Tierra a la Luna, obra del maestro Julio Verne. Suele suceder que muchas mentes, parecen encenderse con algunos aparentemente pequeños acontecimientos, de esos detalles anecdóticos que muchos autores se esfuerzan por presentar a manera de ejemplos edificantes de los grandes hombres y mujeres: una brújula para Einstein, una manzana para Newton, una serpiente para Kekulé, un sueño para Amelia Earhart y una lectura para Oberth. A los 14 años, Oberth ya pensaba en cohetes que se propulsaran a sí mismos a través del espacio por la eyección de gases por la base. No obstante, al ingresar a la Universidad, Oberth estudiaba mal que bien medicina. En esos pasos andaba cuando se atravesó la Primera Guerra Mundial, al igual que muchos jóvenes fue enlistado en calidad de enfermero y enviado al frente. Al terminar las hostilidades, el jovenzuelo sabía que lo suyo no era la medicina, sentía una atractivo irresistible por la física y las matemáticas. Abandonó sus estudios médicos y continúo con las ciencias físicas en Heidelberg, no sin causar seria consternación a la familia Oberth. Comenzó el desarrollo de ideas novedosas en torno a un cohete con etapas múltiples, impulsado por combustibles líquidos. Oberth pensaba con mucha razón, que para alcanzar alturas importantes se requería un cohete base que acelerara a otros menores, los cuales sumarían sucesivamente su velocidad. Actualmente es un lugar común pensar así de los cohetes, es en efecto, una idea aparentemente simple pero en su época constituyó una luminosa idea, además era claro que los combustibles sólidos como la pólvora y otros muchos que se conocían por esos tiempos,  no tenían la propiedad de proporcionar el empuje necesario al sistema y se requerían mezclas de líquidos de mucho mayor potencia.
En Alemania el desarrollo de los cohetes con objetivos útiles ya tenía rato largo de flotar en el ambiente. Durante la reunión Anual de la Sociedad de Científicos y Físicos Alemanes de 1906, R. Baur que había emigrado a Turquía y fungido como instructor de artillería del ejército, presentó un informe realmente interesante. Baur, había realizado, incluso, algunos experimentos con cohetes destinados a dispersar las nubes productoras de granizo.  Baur pensaba que una potente explosión en el interior de la nube, ocasionaría que el mecanismo productor del granizo podría alterarse con la súbita dispersión de las pequeñas gotas de agua y con ello, impedir la coalescencia, de manera que no produjera la formación de esferillas de hielo. En Suiza se desarrollaron muchos experimentos pero, obviamente, no se podía demostrar que una nube potencialmente con granizo, era dispersada o no por la explosión de los cohetes. Curiosamente hoy día se utilizan cohetes que esparcen yoduro de plata para provocar lluvias. Los experimentos de Baur fueron un paso realmente interesante de aplicación de los cohetes para investigación de la atmósfera y lograr resultados útiles. Aun más sorprendente, resultó la aportación de Baur, al presentar en la misma reunión, un trabajo titulado “El cohete al servicio de la fotografía” y daba cuenta de las experiencias del ingeniero Alfred Maul quien había diseñado un cohete portador de una pequeña cámara fotográfica y obtener placas aplicadas a reconocimiento militar. Un primer modelo se lanzó en 1904 y portaba placas emulsionadas de 40x40 mm. El cohete podía alcanzar unos 300 m de altitud, con el inconveniente, muy serio, que el material debía recuperarse no siempre en condiciones adecuadas para ser utilizado. Maul construyó varios cohetes de diferentes tamaños, uno de los últimos construidos pesaba, al momento del despegue, 25 kg y en 8 sec alcanzaba 500 m de altura. Portaba placas de 12x12 cm y el propulsor era pólvora negra. El diseño mayor fue construido y lanzado en 1912, con placas de 18x18 cm y un peso al despegue de 42 kg. Alcanzó 900 m de altitud y prometía frutos muy jugosos.   Willy Ley el gran divulgador de los viajes espaciales,  escribió que las imágenes obtenidas por los cohetes de Maul, sobreviven publicadas en la vieja revista Kosmos de 1914. A los pocos años, comenzó la Primera Guerra Mundial y estos experimentos fueron desplazados por aviones de reconocimiento.   
El gran divulgador Willy Ley. Paleontólogo, escritor, experto  en cohetes.
En 1922 Oberth ya tenía un considerable avance teórico respecto al diseño de cohetes de etapas múltiples. Para dejar claro de que lado masca la iguana,  escribió su tesis doctoral pero, obviamente, fue rechazada. Sus profesores con evidente y abundante polilla en el cerebro; no alcanzaban entender eso de “tratar de viajar al espacio”, estas minucias no asustan o deprimen a mentes como la de Oberth. La Tesis original estaba formada por 99 páginas, la amplió a las respetables dimensiones de 429 páginas que terminó siete años más tarde.  Mando muy lejos a sus apolillados profesores, con el lapidario comentario que “No escribiré otra tesis doctoral, eso no importa. Probaré que soy capaz de ser mejor científico que muchos de ustedes, aun sin el título de doctor”. Regresó a su tierra natal y en la Universidad de Cluj, obtuvo un grado académico el 18 de mayo de 1923, que le daba la licencia de dictar cátedra en escuelas técnicas. No obstante,  demostró plenamente su capacidad e imaginación científica,  que se evidenció con meridiana claridad mediante un libro que se convertiría en la otra orilla del río en materia de cohetes: Die Rakete zu den Planetenräumen (el cohete en el espacio Interplanetario) La obra contenía una buena dosis de matemáticas y física suficientes para intoxicar mentes desprevenidas. La obra tuvo la seriedad y contenido suficiente para ser leída y estudiada por cientos de interesados en las regiones de habla alemana, y despertar más de una vocación científica. Así ocurrió en efecto, aunque los profesionales de la física y la astronomía, extrañamente no le dedicaron apenas la mínima atención. El libro  apareció, por decirlo suavemente de la nada, lo firmaba un ilustre desconocido con el nombre de  H. Oberth. La casa editora Oldenbourg de Munich era la responsable de la distribución e impresión de la obra, la cual, según se supo después, había pagado casi enteramente de su bolsillo el atribulado autor. 
Pese a su contenido físico y matemático,  Die Rakete zu den Planetenräumen, comenzaba con una especie de profecía:
i.              El estado actual de la ciencia y los conocimientos tecnológicos permiten construir máquinas que pueden elevarse más allá de los límites de la atmósfera terrestre.
ii.            Después de perfeccionadas, esas máquinas serán capaces de alcanzar velocidades tales que, si se las deja recorrer su trayectoria en el vacío, no regresarán a la Tierra y serán además, capaces de salir de la zona de atracción terrestre.
iii.           Podrá construírseles de tal manera que puedan transportar hombres, sin menoscabo de su salud.
iv.           En determinadas condiciones, la fabricación de tales máquinas podría ser provechosa. Estas condiciones pueden producirse en una pocas décadas.
Después vienen las consideraciones teóricas y los desarrollos matemáticos, sin embargo, el libro fue un éxito de librería. En un suspiro se agotó la primera edición y los pedidos para la segunda habían agotado también el tiraje planeado.
Al poco tiempo se dejaron venir las críticas que sufre toda idea novedosa. Desde siempre se ha sabido que cualquier cambio de referencia cultural es uno de los procesos humanos más difíciles de madurar, casi siempre se opone todo tipo de resistencia al cambio. La ciencia no es ajena a estas reacciones. 
Algunos astrónomos expresaron que la propuesta de Oberth no pasaba de ser una curiosidad interesante, pero “como bien se sabía” el estudio no tenía fundamento pues “no se producía reacción en el vacío”  Otro crítico, físico él, argumentaba que por más reflexión que hacia en torno a los cohetes, no alcanzaba a comprender cómo los gases de escape iban a seguir al cohete, cuando éste sobrepasara su propia velocidad de escape. Sospechamos que nuestro “físico” entendía poco de Física ya que visto desde la referencia del cohete, no cambia la velocidad de escape.
Hermann Oberth, Wernher von Braun, y miembros de la VfR 
Y así por el estilo se desgranaron las críticas de los severos científicos, sin mucho seso por lo visto.  Una aportación del mayor interés consistió en que Oberth pensaba seriamente en el empleo de combustibles líquidos en lugar de la venerable pólvora. La gasolina incluso, producía una velocidad de escape casi el doble del que produce la pólvora.  Este hecho inclinó la balanza a favor de la búsqueda de mezclas de combustibles que permitieran mayores velocidades de escape, más seguras en su manejo y más eficientes. 
A pesar de los argumentos en contra, el libro cayó en terreno fértil ya que estimuló a otros interesados a adentrarse en las ideas en torno a la ingeniería y posibilidades de los cohetes y sus aplicaciones.  Oberth y sus amigos de la VfR dedicaron un tiempo para conseguir financiamiento para experimentar, pero los posibles financieros se llevaron más de una sorpresa. Para comenzar, Oberth era un joven delgado y generalmente bien vestido. Su presencia adusta, contrastaba con la idea típica de una especie de chiflado con las agujetas de los zapatos sueltas, barba,  el cabello largo y hecho un manojo desordenado. Oberth hablaba con un tono profundo de barítono, preciso y directo; no guardaba secretos, no tenía patentes, todas las ideas, según exponía a los gordinflones hombres del dinero, estaba expuesto en su libro, el cual, por supuesto, no habían leído y mucho menos comprendido. Las reuniones fracasaban precisamente por la actitud abierta y generosa de Oberth. Los ricachones, con expresión asnal sólo miraban sin comprender un ápice de las explicaciones del despreocupado joven. Obviamente, los panzones inversionistas sólo pensaban en hacer dinero fácil y rápido. Aquel distinguido jovenzuelo que no tenía especial interés en las ganancias, no los convencía con sus soñadoras propuestas. En 1929 Oberth escribe otro libro fundamental: Wege zur Raumschiffhart  (Rutas al espacio)  Estas actividades ocurrían mientras intercalaba viajes frecuentes a su querida Transilvania para dictar sus clases de física y matemáticas. En 1930 encontramos a Oberth y sus estudiantes de la escuela técnica de Medias, enfrascados en probar un cohete impulsado con combustible líquido.  De1935 a 1940, Oberth decide enviar a su familia a Sibiu y se convierte en profesor durante la guerra, en el Technische Hochschule de Viena y en Dresden, alterna sus clases con la actividad científica en el complejo militar de Wittenberg. Al terminar la guerra, permanece en Alemania hasta 1948 y se muda a Suiza para trasladarse a Italia y permanece ahí hasta 1953. Las cosas parece que no son muy estimulantes y se marcha a Estados Unidos de América donde trabajara en el Arsenal Redstone. Retorna a Alemania se finca en Feutch, Nürnberg, no sin antes ser consultor de la empresa Convair de Estados Unidos. En 1962 se retira en Alemania.    













  

viernes, 12 de agosto de 2011

En los andamios del Infinito: Historia de la Exploración Espacial III. Seminario Libre de Historia de la Ciencia y Tecnología. Alejandro Rivera Domínguez.


-Ladies and gentlemen... ejem... los científicos soviéticos han colocado un satélite en órbita en torno a la Tierra... ejem... a una altura de 900 kilómetros... dijo con tono seco. A continuación felicitó a los científicos soviéticos.
Un ohh largo y ahogado, fue el lapso para que, a más de uno, se le bajara la beodez inmediatamente. Los reporteros en masa se dirigieron a los  teléfonos disponibles para comunicarse con sus periódicos,  estaciones televisivas y de radio.
Fue poco común y no exento de humor, que un norteamericano informara a los soviéticos en su propia embajada, de la hazaña científica de sus paisanos. Era evidente que los científicos rusos asistentes ignoraban los detalles del venturoso lanzamiento.  Entre risas nerviosas, pedían a gritos más vodka al tiempo que entonaban Kalinka y bailaban grotescas danzas cosacas encima de las mesas, otros se abrazaban, los de origen ucraniano se daban sonoros besos en la boca. Los científicos norteamericanos y de otros países, por su parte, dejaron discretamente sus rebosantes vasos de vodka, limpiaron las comisuras de los labios y entre el desencanto y la caballerosidad, se despidieron entre fuertes apretones de manos de sus colegas rusos. A continuación formaron grupos pequeños y desaparecieron entre las sombras del ocaso. Horas antes,  al otro lado del planeta, la tarde del cuatro de octubre caía fría y los lejanos reflejos del atardecer plomizo se deslizaban a la obscuridad del otoño; las lámparas iluminaban intensamente la rampa de lanzamiento, un tenue vapor se desprendía de la estructura, mientras en el búnker los nerviosos ingenieros trabajaban en los últimos preparativos.  Examinaban frenéticamente los controle. Los presentes se dirigían entre ellos con suaves susurros, las miradas tensas apenas contenían la emoción.  En el recinto, se encontraba Sergei Pavlovitch Korolev  con miembros de una comisión gubernamental. Korolev y Leonid Voskresensky parecían directores de orquesta. Se movían de un lado a otro, sus rostros se iluminaban tenuemente mientras revisaban los cuadrantes de los controles daban órdenes terminantes, claras y precisas.  Leonid era militar pero tenía una personalidad por demás singular. Era un motociclista temerario y amaba los peligros de todo tipo. Korolev en cambio, era serio, pero con gran sentido del humor.  Ambos habían estado desde las primeras pruebas con las pocas bombas V-2 capturadas en Peenemünde, al norte de Alemania.  El comando para la fase final del conteo se había confiado al teniente Boris Schekunov.  El joven Boris, miraba el reloj incesantemente mientras el sudor daba un brillo especial a su rostro marcado por la tensión. La espera se hacía cada segundo más desesperante; Korolev y Voskresensky y el resto de los ingenieros apenas movían las pestañas. El jefe de la operación el teniente coronel Alexander Nosov, pidió el periscopio para observar la iluminada rampa. Unos segundos después dijo: “un minuto y nos vamos”.
El Sputnik 1 es lanzado 4 de octubre de 1957,
Con excepción de los operadores todos estaban de pie, las mangas de las camisas remangadas, el segundero del reloj central parecía avanzar con extrema lentitud. Finalmente, Schekunov oprimió el botón de ignición cuando el reloj marcaba 22h 28´34” de la hora de Moscú.  Al principio una inmensa nube de tonos amarillentos y grises cubría la base del cohete, transcurridos dos ó tres segundos,  una inmensa flama naranja surgió de la base y lentamente, el cohete comenzó a elevarse. Los cinco motores del R-7, con un sonido seco de barítono, ponían en juego el empuje total de sus 390 toneladas. Algunos problemas de último momento casi obligan el aborto de la misión.  A T+16 s el sistema para el vaciado de los tanques falló, y ocasionó un consumo extra de keroseno. Una turbina también falló un segundo antes de lo planeado, sin embargo, a T+324.5 s la separación del Sputnik con sus 83.6 kg contenidos en una esfera brillante de aluminio, había transcurrido exitosamente y estaba en camino de su primera órbita elíptica. El primer objeto hecho por el hombre se encontraba en órbita alrededor de la Tierra. La Era del Espacio había nacido.     
A los pocos días, era evidente que el cohete de la última etapa y el propio satélite eran visibles a simple vista durante el amanecer o al ocaso, ya que ambos objetos resplandecían, iluminados por la luz solar, contra el fondo estrellado en el majestuoso viaje por el espacio.  En México, al menos, la gente sorprendida comentaba en todas partes el excelente avance. Muchos trataron de observar al Sputnik aunque en realidad pocos lo lograron. Durante meses se comentó la hazaña reforzada por el lanzamiento del Sputnik II con la perrita Laika a bordo, lanzamiento exitoso que colocó al primer ser vivo en el espacio, apenas un mes después del impacto del Sputnik 1.
Quizá no haya nada más peligroso pretender que un grupo tenga la única verdad absoluta, y que trate de imponer su visión del mundo a los demás. Las religiones y las ideologías en las cuales se asientan los poderes de decisión, de los destinos nacionales o de grupo, han desatado las más sangrientas guerras. Los nacionalismos rabiosos y las ideologías hegemónicas generan reacciones hostiles e irracionales. Convierte en enemigos a quienes no se adhieren a sus principios. Esta ha sido la base de las guerras y ésta condición exacerbaba los ánimos entre el llamado “mundo libre” y la temida “cortina de hierro”. 
El Sputnik I no tendría el realce esperado para las actividades del Año Geofísico Internacional, y menos en los países con poco desarrollo científico y escasa participación en las actividades del Año Geofísico, por el contrario, el público azuzado por los medios, tuvo una reacción casi patológica al hecho que los rusos poseían la tecnología para colocar satélites en órbita y por ende, cohetes cargados de explosivos que podrían alcanzar al “mundo libre”. Era evidente el intento de rebajar el logro científico ruso. 
La esfera plateada...el primer satélite
 Después del éxito del Sputnik algunos medios de comunicación propalaron el rumor de que los soviéticos habían secuestrado a los cerebros alemanes al final de la guerra, que se trataba de pura propaganda. Y el ridículo extremo ¡qué no había tal satélite...! Agregaban, azuzados desde el propio gobierno estadounidense, que ellos, los soviéticos, no actuaban lealmente con el resto de las naciones al no anunciar el lanzamiento. El orgullo nacionalista estadounidense había sufrido un rudo golpe, diríamos un nocaut técnico.  Sin embargo, los propios soviéticos demostraron que la realidad era muy otra. Meses después, en septiembre de 1958, los estadounidenses con la doble moral que los ha caracterizado, hicieron estallar tres bombas de hidrógeno en la atmósfera, una en el Pacífico sur y otras en el Atlántico, proyecto que se realizó en el más completo secreto y recibió el nombre clave de "Argos" con el fin de “investigar” el comportamiento de las partículas cargadas en presencia de un campo magnético como el de la Tierra. La verdad, según se supo después, era un proyecto militar con algunos elementos básicos de investigación científica. Por supuesto, el experimento se llevó al cabo en completo secreto en contravención con las normas del Año Geofísico Internacional. Resulta significativo que los científicos soviéticos de inmediato dedujeron que los reportes de luces extrañas y líneas espectrales de la alta atmósfera con gran contenido de Litio, indicaban detonaciones nucleares.  El biólogo Lewis Thomas había subrayado que la ciencia se tiene o no se tiene. Y si se tiene, no es posible quedarse sólo con lo que gusta. Hay que aceptar también la parte que tiene de imprevisible e inquietante.  En aquel momento la ciencia y tecnología soviética había mostrado su avance innegable.   
Como resultado de la Segunda Guerra Mundial, los aliados habían capturado muchos cohetes alemanes de la base de Peenemünde en la costa Báltica. Estos cohetes conocidos como V-2   habían transportado cargas explosivas a Londres y Amberes. La tecnología era la más avanzada de la época, aunque los primeros en utilizar cohetes tácticos de mediano alcance fueron los soviéticos. Los alemanes construyeron los famosos Vergeltungwaffe II (arma de represalia II)  que se propulsaban con combustibles líquidos y alcanzaban la altitud de 188 km, la mayor altitud de aquellos tiempos. Al terminar la guerra, científicos, ingenieros y técnicos alemanes, expertos en cohetes. Se rindieron a los aliados; unos pocos técnicos fueron capturados por el Ejército Rojo y enviados a Moscú para trabajar en algunos proyectos sobre cohetes de menor importancia.  Los cohetes, incluso antes de la guerra, no eran una novedad en Europa y Estados Unidos. En Alemania y Rusia la ciencia y tecnología de los cohetes ya tenía avances notables.
La Segunda Guerra abonó el árbol de la ciencia y abrió la caja de Pandora.

II. El Taller de Hefestos
Percival Lowell, observador de Marte.
La historia tiene muchos pasadizos, unos húmedos y sumidos en la más completa obscuridad, otros iluminados y frecuentemente recorridos.  La historia de la tecnología ha sido construida por mentes que han buscado las soluciones más inmediatas, prácticas incluso extrañas, para extender la potencialidad de los sentidos humanos. La historia de la pólvora y los cohetes con su aplicación militar, se extendió a la aplicación de tales ingenios para alcanzar grandes alturas y consecuentemente, tratar de llegar a otros cuerpos planetarios. Sin embargo, la historia es un sistema caótico, dado un conjunto de condiciones el sistema no actúa linealmente, es decir, se tiene A y con ello se espera llegar a B, si acaso esto fuese cierto, la bolsa de valores sería totalmente predecible o las elecciones para formar gobiernos en los sistemas democráticos.  En la realidad cruda nadie sabe con certeza la manera como evolucionarán los sistemas sociales. Al avanzar ciertos paradigmas y ser aceptados, el imaginario social construye otros sistemas fruto de la imaginería con los cuales se puebla y enriquece el mundo. Aun sin las herramientas mínimas, los viajes espaciales han sido una constante en la historia humana. Muchos sistemas religiosos se han construido directamente de la aspiración humana por tocar las estrellas. Dioses que vuelan, habitan en el cielo, lugares sagrados que se encuentran en la negrura de la noche, otros que vienen con las estrellas. En efecto, el espacio abierto del día y la noche con su rigurosa e inexorable marcha de luz y obscuridad, acompañados de los frutos plateados,  han actuado como un poderoso elixir para la inteligencia humana.    
Sí, para el año 2000...
Y el correo también...
Entre los pasadizos de la historia hay conexiones, puertas que se abren o se cierran, una corriente de aire por aquí abre una ventana mucho más allá. Expliquemos. ¿Cómo se fundieron la óptica, la astronomía, los escritores imaginativos y los cohetes? Caía el otoño de 1833. William Herschel, el notable astrónomo y músico asentado en Inglaterra, había decidido enviar a su hijo,  también astrónomo, a Sudáfrica para observar el casi desconocido cielo del sur. La óptica en Francia e Inglaterra tenía representantes notables que habían construido lentes y espejos con creciente y excelente precisión.  John Herschel, equipado con magníficos telescopios se embarcaba aquel otoño, acompañado del interés público azuzado por sensacionalistas despliegues de la prensa.  Se  creía a pie juntillas, que con los nuevos y poderosos telescopios dirigidos al cielo austral, se conocerían los secretos mejor guardados del cosmos.  John tocó tierra  Sudafricana  durante la primavera de 1834 y de inmediato instaló su equipo para comenzar su tarea observacional. Las notas periodísticas llamaron la atención de diversos periódicos del mundo.  El calor del verano de aquel año se alejaba, mientras The Sun de New York  vio una espléndida oportunidad de incrementar su tiraje diario mediante un engaño. Realmente la situación no ha cambiado mucho con la mayoría de los diarios del mundo, pocos se salvan de hacer uso del viejo truco de incluir notas asombrosas para captar lectores. De esto saben rato largo muchos diarios. The Sun comenzó incluir notas provenientes de una publicación escocesa llamada “Edinburgh Journal of Science”, revista que era pura y llanamente una invención, pero no era posible en aquellos años, probar fácilmente su autenticidad, los medios de comunicación ayer como hoy son creíbles. El público cree un alto porcentaje de los contenidos, aunque sean evidentes engaños. The Sun aseguraba en sus notas, que ya no había límite para  las potencialidades de la óptica y la mecánica y los telescopios de Herschel reunían las mejores condiciones logradas hasta aquel momento.
Los canales de Marte
Es pertinente reconocer la audacia y genialidad del editor en jefe de The Sun, Richard Adams Locke quien con gran olfato y un cinismo admirable, escribió que al enfocar el telescopio a la superficie lunar, aparecieron formaciones rocosas y planicies con un detalle que “parecía que los observadores volaban en un globo”. Después observaron bosques que parecían abetos, praderas y rebaños de ovejas. Además-continuaba The Sun-aparecieron manadas de cuadrúpedos semejantes a bisontes pero más pequeños, más allá, se observó una especie de cabra pero con un solo cuerno, para agregar más dramatismo, se agregó que “el mítico unicornio al fin, había aparecido”  Como era de esperarse las ventas de The Sun se dispararon notablemente. El público expectante, esperaba con ansia que apareciera la siguiente edición. Al comprobar el éxito del engaño, Adams Locke, comenzó a poblar las ediciones con murciélagos con aires de misterio y culminó con un sugerente artículo en el cual aseguraba que las observaciones de Herschel habían encontrado templos con cubiertas que parecían hechas de un metal amarillo. Los artículos se acompañaban de dibujos alusivos que se vendían como pan recién salido del horno. La mentira se convirtió un éxito comercial.  Sin embargo, el público en su constante cambio de intereses comenzó a perder interés por las noticias del diario. Siempre hay un truco para reanimar el alicaído interés. No era posible perder así, sin más, la gallina de los huevos de oro. Pronto, The Sun anunció que tenía en su poder una serie de ecuaciones que probaban sus notas anteriores, pero dichas ecuaciones no estaban dirigidas a los lectores de diarios. Con la sutil descalificación al lector común, el interés retornó y las ventas se mantuvieron a la alza. No cabe duda que al común de los lectores, les encanta que los sacudan y aun así, se aferran al imaginario colectivo.  No obstante, los profesores Olmstead y Loomis pertenecientes al claustro de la Universidad de Yale, solicitaron revisar las ecuaciones. Locke debió comenzar a sentir un sudor frío correr por su espalda.  Entretuvo, mientras fue posible, a los dos profesores con el cuento que las ecuaciones eran muy difíciles aun para ellos-es el caso del periodista que pretende saber de todo, incluso matemáticas avanzadas y juzgar su contenido- Otros diarios, mientras tanto, recelosos del éxito de The Sun, comenzaron a investigar para adquirir los derechos de la famosa Edinburgh Journal of Science. Finalmente, Locke arrinconado, sin encontrar nuevas salidas a la engañifa, confesó que todo lo había urdido y escrito él mismo.  El público y John Herschel, cuando se enteró, rieron de buena gana. Con esta sonrisa colectiva se confirmó que cada segundo nace un tonto. Las cosas no terminaron allí, la fiebre de la idea de progreso había caído en terreno fértil. El siglo XIX, era el escenario de muchos avances propiciados desde la revolución industrial y en Europa los avances en ingeniería y construcción de máquinas alcanzaban la mayoría de edad. Paralelamente, muchos movimientos sociales aunados a la expansión colonial, estimulaban la exploración de “tierras desconocidas”. El público no tenía duda que al igual que en la Tierra se descubrían constantemente nuevas maravillas, en el universo debían existir otras tantas, y lejos que nuestro planeta fuese el único habitado, se creía que otros planetas debían tener las condiciones  necesarias para que también estuvieran habitados por, incluso, civilizaciones más avanzadas, tal como lo sostuviera Giordano Bruno en sus obras y discursos, aun con las llamas lamiéndole los pies en la hoguera. La astronomía también lograba significativos avances con ayuda de la óptica y la mecánica. Se consideraba que Venus y Marte eran cuerpos planetarios en donde se afirmaba había vida con grandes civilizaciones formadas por seres semejantes a los humanos.
Schiaparelli "descubre" los canales
Los Herschel, padre, su hermana Carolina y el hijo John,  anunciaban sus notables descubrimientos de nebulosas e incluso un nuevo planeta, Urano,  ya se prefiguraba el descubrimiento de galaxias, descubrimientos que reafirmaron las creencias populares y de los científicos también, que el universo era mucho más interesante y complejo de lo que se pensaba anteriormente. A continuación se aceptó que la Tierra no era el único planeta con vida. Se escribieron infinidad de artículos que afirmaban y especulaban sobre las formas de vida en otros planetas y si bien no era posible visitarlos, existía la posibilidad de comunicarse con ellos mediante sistemas de señales.
Comenzaron a surgir propuestas para establecer códigos lógicos que pudieran ser interpretados por los supuestos habitantes de Venus y Marte. Algunos sugirieron que se trazara un gran triángulo rectángulo con los cuadrados trazados a partir de los catetos de triángulo, en las estepas siberianas para probar la capacidad deductiva de los vecinos planetarios. La idea no provenía de algún palurdo imaginativo, por el contrario la idea había sido propuesta por Karl Friedrich Gauss, el gran matemático.









sábado, 6 de agosto de 2011

Invitación a todos los Interesados.

El Seminario Libre de Historia de la Ciencia y Tecnología, invita a los interesados a integrarse a las tareas de investigación, difusión y publicación de trabajos realizados o por realizar en el campo de la Historia de la Ciencia y Tecnología.
El Seminario no tiene residencia fija, por ésta razón creemos que con las herramientas de Internet podría encontrarse un eficaz medio de intercambio. La idea central es convocar a estudiantes, profesionales del área o entusiastas  para que formemos un grupo capaz de compartir con potenciales lectores posiblemente en otros continentes nuestros trabajos de investigación.
El Seminario no tiene un director, presidente o equivalente, su estructura se apoya en un colegio formado por los participantes y con ello mantener una actitud abierta y democrática sobre los quehaceres propios de la investigación.
Aquí, en éste blog, podría ser perfectamente posible publicar los primeros trabajos y quizá migrar a otro blog dedicado exclusivamente al Seminario.
De momento la sede es la ciudad de Puebla, Pue en el centro sur de México, pero dado el caso podría ser cualquier otra parte del mundo.
La funcionalidad es simple, alguién tiene avances o trabajos terminados de algún tema, los publica en el blog y durante el periodo de vigencia el autor recibe y dirige los trabajos restantes.
 Entre todos los posibles participantes podríamos darle un profundo sentido social a nuestros trabajos y quizá convertirnos en un vigoroso centro de investigación de carácter internacional. De hecho es posible consultar el primer trabajo del tema, es decir, un trabajo llamado "En los Andamios del Infinito: Historia de la Exploración Espacial" que aparece en sus dos primeras partes. Ya sea con un comentario o un correo directo toda pregunta o deseo de participación será considerada con la mayor seriedad y respeto.
Finalmente, los trabajos o propuestas serán publicadas en inglés, francés y español.

Reciban un abrazo cordial.
Alejandro Rivera Domínguez

doktorcerebro@gmail.com

jueves, 4 de agosto de 2011

Seminario Libre de Historia de la Ciencia y la Tecnología.

Continuación 

En los andamios del Infinito: Historia de la Exploración Espacial II.
Alejandro Rivera Domínguez.
Seminario Libre de Historia de la Ciencia y la Tecnología.

Los cohetes del doctor Goddard eran impulsados por una mezcla de gasolina y oxígeno líquido,  todo el diseño y cohete terminado eran, literalmente, un trabajo artesanal.
Dr. Robert Goddard con uno de sus cohete (circa) 1932
El célebre piloto realmente impresionado, logró que el millonario Daniel Guggenheim le donara al doctor unos cuantos miles de dólares (Guggenheim ha pasado a la posteridad por su interés, apoyo  y visión para  el arte y la ciencia, no era precisamente un Slim cualquiera). Al poco tiempo el doctor Goddard vio suspendido el donativo, debido a que el señor Guggenheim tuvo el mal gusto de morirse cuando más se le necesitaba.
En enero de 1927 se informó a la Oficina de Asuntos Extranjero de la Cámara acerca de la aplicación de cohetes del doctor Goddard para utilizarlos durante las actividades del Segundo Año Polar. Se esperaba que los cohetes alcanzaran unos 85 kilómetros de altura.
En la fase final, con los planes listos para comenzar el 1 de agosto de 1932, perseguía a los proyectos científicos uno de esos fenómenos que en cenáculo de los expertos se denomina “gran depresión económica” y para el resto de los de a pie nos referimos a estas crisis como  “ya nos cargo el tren”, por decir lo menos, en efecto, al Segundo Año Polar se lo llevó también el tren. 
A punto de abandonar la gran empresa, con gran decepción e ira contenida, muchos científicos veían truncadas sus aspiraciones. Milagrosamente la Fundación Rockefeller se dejó caer con 40 mil dólares, cantidad que apenas alcanzó para apoyar  algunos proyectos, pero suficiente para arrancar con los aspectos básicos del Año Polar. Con limitaciones 44 países comenzaron las tareas que terminaron venturosamente gracias a la voluntad de los científicos, no a la participación, por demás inútil, de los políticos.  Comenzó la recopilación de datos, elaboración de mapas, redacción de artículos, análisis de resultados y lo que requiere fundamentalmente una empresa de tal magnitud, que es el tiempo necesario. En aquellas arduas labores se encontraban diversos centros de investigación, con la mayoría de los mapas, publicaciones con resultados, tablas e incluso fotografías cuando la demencia politiquera hizo de las suyas. Las fuerzas de Adolf Hitler invadieron Polonia en septiembre de 1939. Después la siembra de terror y muerte. Muchos resultados con científicos de por medio, desaparecieron entre las bombas y las balas. La miseria humana encontró su imagen en el espejo de la muerte.
Al finalizar la Guerra Mundial II, nuevamente la Fundación Rockefeller salió al rescate con un jugoso donativo de 12 mil dólares para tratar de reunir la información sobreviviente. Corría 1947 y Europa aun olía a chamusquina y sólo se logró reunir una fracción de las observaciones, cartas y mapas. No obstante, Estados Unidos contribuyó con 113 documentos, Alemania pese a la devastación de su territorio, la división política y el naufragio económico, contribuyó con 97 publicaciones, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas con 52 e Inglaterra con 39.
 Al terminar la Guerra, la preocupación principal de muchos científicos se concentraba en reunir los datos dispersos y las nuevas aportaciones que se derivaron de la Guerra. Especialmente los científicos dedicados a las ciencias de la Tierra como geólogos y geofísicos trataban de restablecer contactos y rehacer exploraciones truncadas. La Unión Internacional de Radio Ciencia (URSI) se reunió apenas terminada la Guerra, en París durante 1946. Al año siguiente la Real Sociedad de Londres organizó una reunión para investigar la naturaleza de las auroras. Al siguiente año, 1948, en Oslo se reunieron, bajo la convocatoria de la Unión Internacional de Geofísica y Geodesia (IUGG) muchos geofísicos se reencontraron y buscaron trabajos de interés común. Los astrónomos no perdieron el tiempo y en Zurich, bajo el auspicio de la Unión Astronómica Internacional, se reunieron para discutir asuntos pendientes y ver hacia el futuro.
El ambiente bullía de ideas y proyectos;  la mayoría de los científicos, más allá de nacionalismos rancios, trataban de organizar las cosas, la Guerra había dejado amargas enseñanzas, aun humeaba Europa y Oriente con una pérdida de quizá 50 millones de vidas. Una enorme tragedia que además  truncó vidas valiosas, trabajos internacionales, se perdieron datos y observaciones, bibliotecas completas, laboratorios; muchas redes de observación  desaparecieron por razones ajenas al quehacer de la ciencia. A cambio,  llegaron otros importantes bancos de datos provenientes de las necesidades militares, mapas más precisos, cartas meteorológicas con más información, un conjunto de mapas de los fondos oceánicos, conocimientos nuevos sobre la alta atmósfera, corrientes marinas y atmosféricas, además de formidables herramientas como el radar, aviones, submarinos, reactores nucleares, barcos y…cohetes.
Graff Zepelin en Buenos Aires 1934
Con ésta experiencia amarga y paradójica, los científicos iban de reunión en reunión, una especie de gambusinos en busca del tiempo perdido. Las grandes ideas parecen surgir de las condiciones menos esperadas, charlas entre amigos, una que otra borrachera, alguna sobremesa divertida, situaciones así suelen ser inmensamente enriquecedoras. Así comenzó el Año Geofísico Internacional, el gran escenario de muy diversas investigaciones y el empleo de nuevas tecnologías. Además de ser la senda por la que transitó la nueva era de exploración del espacio.
Las ideas brillantes nacen en las más adversas condiciones, o quizá debido a ellas, el caso es que una de las empresas de Post Guerra más fructíferas realizadas bajo el amparo de la investigación científica, fue el Año Geofísico Internacional.  Nadie recuerda con precisión que ocurrió una mañana de 1950, en casa del experto en atmósfera superior, el norteamericano James van Allen, durante una de esas parrilladas domingueras, con cerveza fría, salsa de arándano y tumbonas agradables,  discutiendo el último homerun de Joe DiMaggio, y la cara de sorpresa del adusto Sir Sydney Chapman, matemático y geofísico de las ligas mayores, profesor de Oxford, que no entendía de baseball pero si le entraba sonriente y con enjundia a las costillitas y la cerveza, departían cordialmente en el pequeño jardín. También estaba el doctor Lloyd Berkner quién entre cerveza y cerveza, con la boca llena de deliciosa costilla, y acomodándose su infaltable corbata de moño, comenzó a proponer que era hora de realizar un nuevo Año Polar que cumpliera los propósitos de los dos Años Polares anteriores, el de 1882 y el de 1932, separados nada menos que 50 años y ambos maltratados por guerras y crisis económicas.
Dr. Lloyd Berkner
Berkner, en realidad era un científico de gran prestigio y muy respetado. Se diría que fue uno de esos tipos interesantes, no muy abundantes, de aquellas personalidades que dan confianza y derrochan simpatía. Nacido en 1905, había comenzado su carrera prácticamente desde la adolescencia. Interesado en la radiodifusión, obtuvo su licencia de radio amateur. Dotado de gran energía había dedicado su talento a múltiples intereses. Estudió ingeniería eléctrica en la Universidad de Minnesota y pertenecía a  la Reserva Aérea Naval dónde aprendió las artes de volar. Al poco tiempo, después de dedicarse a la operación de la estación experimental de la Universidad, encontró la oportunidad de asistir como ingeniero en la expedición de Byrd a la Antártica. Permaneció algún tiempo en Nueva Zelanda, como responsable de las comunicaciones de radio y al estudio de la propagación de ondas largas en función de la distancia. El valioso trabajo de Berkner fue reconocido por el mismísimo Byrd y una pequeña isla lleva su nombre.
A su retorno a Estados Unidos, pasó a formar parte del equipo de National Bureau of Standards, donde se dedicó estudiar la ionosfera.  La depresión económica interrumpió las investigaciones y pasó a formar parte del grupo de estudios de magnetismo terrestre de la Carnegie Institution en Washington.  Sirvió durante la guerra en el desarrollo del radar y perteneció a los organismos científicos más importantes de Estados Unidos y muchos del extranjero. Mientras perteneció al Consejo de la Academia de Ciencias Norteamericana, apoyó activamente la petición del astrónomo Frank Drake para ocupar un tiempo el radiotelescopio del Radio observatorio de Green Bank en Virginia, para emitir señales lógicas al espacio en busca de inteligencias que estuvieran en posibilidades de contestar. Drake desarrolló el famoso Número de Drake que examina la posibilidad de encontrar planetas habitados con capacidades tecnológicas.
Aquel proyecto pionero en su tipo, se le conoció como proyecto Ozma y fue el antecedente de muchos proyectos similares como Seti e incluso las naves Voyager 1 y 2 que, hasta dónde se sabe ya se encuentran en los confines del sistema planetario.
Berkner, curiosamente no terminó el doctorado debido a sus múltiples ocupaciones, pero recibió muchos doctorados y honores de otras universidades alrededor del mundo. Berkner realmente era la persona indicada, con el conocimiento, la personalidad y la experiencia para proponer el Año Geofísico Internacional.  La fecha de actividades se eligió para 1957-1958 para aprovechar el máximo de manchas solares que se esperaba para aquellos años. No había mucho tiempo, habida cuenta de las amargas experiencias pasadas y el extraño ambiente internacional que olía a nuevas confrontaciones, de hecho en junio de 1950 comenzó la guerra de Corea.
Sir Sydney Chapman. matemático y geofísico Inglés.
 La propuesta de Berkner dejó meditabundos y con extrañas ensoñaciones a los presentes.  El adusto Chapman y van Allen de inmediato, se repusieron de los efectos adversos de la comilona y las cervezas, llamaron a varios amigos, les endulzaron el oído y en mayo de 1950 se reunieron unos 50 científicos especialistas en varios campos, en Inyokern, a orillas del lago China, California. Acordaron (esta vez sin costillitas y cerveza) llevar la propuesta a la reunión Internacional de la Comisión de Ionosfera que se efectuaría en Bruselas. 
                                                                                                                                                                                                                                                                                                  La propuesta fue muy bien vista. Inmediatamente se diseñaron diversas investigaciones relacionadas con la atmósfera, ionosfera, la actividad solar y su influencia sobre la Tierra, magnetismo, glaciología y otros campos de interés.
Para 1951 las ideas marchaban a pedir de boca, se había dado el paso fundamental para realizar un Año Geofísico durante el cual participarían todos los países afiliados a diversas organizaciones de investigación
internacional. En mayo de 1952 se había integrado el primer comité organizador que de inmediato solicitó apoyo financiero a la Unesco.
Para julio de 1953, en Bruselas, se reunieron las diversas comisiones de lo que sería el Año Geofísico Internacional con la participación de representantes de 30 academias nacionales de investigación.
Sobre todo eran urgentes los esfuerzos por conjuntar a las naciones que se habían visto envueltas en la Segunda Guerra Mundial, no obstante que la sombra de la guerra de Corea se paseaba amenazante en Oriente y en las reuniones internacionales. Durante la Guerra Mundial II, mucho se había aprendido de los fondos marinos y de las grandes corrientes atmosféricas, la joven electrónica hacía rápidos progresos pero era insuficiente.  El Año Geofísico Internacional convocó a los científicos de todas las naciones que desearon participar, para realizar un esfuerzo conjunto tendiente a conocer las características de la Tierra como planeta, explorar las regiones polares, la alta atmósfera, los fondos oceánicos, los mecanismos de los grandes sismos, las erupciones volcánicas, la actividad solar y su influencia sobre la atmósfera terrestre, entre otros muchos proyectos de interés científico. Uno de los organizadores, el norteamericano Hugo Odishaw expresó que “El Año Geofísico Internacional es el esfuerzo pacífico más importante de la humanidad desde el renacimiento y la revolución copernicana” Odishaw no exageraba, el mundo aun dolido por las pérdidas de la guerra, trataba de rehacerse mediante proyectos que unieran intereses comunes.
Mostraron interés 66 naciones y más de 60 mil científicos y técnicos  distribuidos en miles de estaciones de observación de polo a polo, que observarían y compartirían sus resultados.
Dr. James A. van Allen, experto en la atmósfera superior.
El belga, doctor Marcel Nicolet, fue  nombrado presidente del Comité Organizador. La sede sería Bruselas y los idiomas en los que se presentarían trabajos y ponencias era el inglés y el francés. Por esta razón también se denominó al Año Geofísico Internacional, Année Géophysique Internationale. Rápidamente se extendieron invitaciones a todos los países y pronto se recibieron adhesiones para participar en los proyectos de observación e investigación regionales y mundiales. La Unión Soviética se comprometió en diversas investigaciones, aunque sus investigadores no eran miembros de muchas uniones mundiales. No obstante, los científicos soviéticos eran líderes en diversos campos y sus conocimientos eran fundamentales, pronto ocuparon sitios importantes en la organización general del Año Geofísico. Las actividades comenzarían el 1 de julio de 1957 y se extenderían hasta el 31 de diciembre de 1958.
Entre las tareas prioritarias y más espectaculares, era el anuncio, por parte de Estados Unidos,  del lanzamiento de un satélite artificial que sería puesto en órbita durante las actividades del Año Geofísico Internacional para investigar las condiciones del espacio exterior más o menos la propuesta de Goddard para el Segundo Año Polar durante el cual se lanzarían cohetes con instrumentos de medición. A punto  de comenzar los trabajos, al finalizar junio de 1957, se probaron todos los sistemas de comunicaciones mundiales para alertar sobre posibles explosiones solares y se esperaba que se observaran en todo el planeta.
Año Geofísico Internacional
Sin duda el marco del Año Geofísico Internacional actúo a manera de un foro ideal para el intento de colocar satélites en órbita. Había expectación y mucho interés por el avance técnico y científico que suponía la empresa. No cabe duda que los científicos tratan de hacer posible lo imposible y los políticos hacen imposible todo lo realizable. Nuevamente un conflicto entre naciones estuvo a punto de hundir el proyecto del Año geofísico Internacional.  La guerra fría se encontraba en sus comienzos y el recelo de unos contra otros tendía a incrementarse. De hecho la República Popular China, debido a la aceptación por parte del Comité Organizador del Año Geofísico, de la China Nacionalista (Taiwán) al último momento se negó a participar oficialmente. (Nuevamente ¿Por qué no nos sorprendemos?). Los científicos chinos, no obstante, cumplieron con el programa de investigación aunque no de manera oficial.
 A unos cuantos meses de comenzado el Año Geofísico Internacional, una tarde al principio de octubre de 1957, hubo una reunión, de hecho, aquel día terminaban los trabajos sobre las perspectivas de colocar un satélite de investigación en órbita, la nutrida reunión se celebraba en la Embajada de la Unión Soviética en Washington. La tarde clara y despejada anunciaba un otoño excitante y lleno de revelaciones de la naturaleza. Los asistentes diplomáticos, científicos de la URSS,  Estados Unidos o otras nacionalidades departían entre el nostálgico arrullo de la balalaica, risas y tragos de vodka acompañados de deliciosos bocadillos de caviar beluga y salmón del Báltico. Chistes medio subidos de color arrancaban risas y una que otra carcajada que resonaba en el lujoso salón. Los norteamericanos muy ufanos, sentían que su escandalosa publicidad en torno al lanzamiento de un próximo satélite, los hacia sentirse poco menos que hechos a mano. Estaban totalmente  seguros que serían los primeros y únicos en colocar, en los siguientes meses, un satélite en torno a la Tierra. Los rusos en cambio sonreían maliciosamente... no canten victoria camaradas... no canten victoria... parecían decir.  Nuestro gobierno no ha hecho o hará anuncio alguno... cuando ocurra ocurrirá dijeron con la lógica que se puede tener después de seis o siete vodkas.
                                                                                       
¡¡ 5 de octubre de 1957...la enorme sorpresa...!
Al caer la tarde de aquel inolvidable 4 de octubre, más de una mirada vidriosa, con la pupila dilatada y un errático caminar, revelaba que el vodka había hecho su trabajo. En el momento más nutrido y alegre de la reunión, un funcionario de la embajada soviética se acercó  al editor de ciencia del New York Times Walter Sullivan. -Tovarich, le hablan por teléfono de su periódico y dicen que es urgente... - Si, si... Boris... ya te escuché pero dame un poquito más de vodka...
Dijeron que era muy urgente camarada... y aquí tienes tu vodka  tovarich amerikanski...
Trastabillando entre la caótica concurrencia, con los bocadillos metidos en la bolsa de su chaqueta y un enorme y chorreante vaso de vodka en la mano, un más que alegre y contrariado Sullivan contestó la llamada.                                                                               
A los pocos segundos su rostro cambió de color de rojo vivo a verde pálido. Curiosamente, sin soltar el vodka, bajó como centella la amplia escalera y se acercó al doctor Lloyd Berkner, uno de los más importantes consejeros y directivos del Año Geofísico Internacional, con temblorina y evidente sudoración, Sullivan le susurró al oído: Radio Moscú acaba de anunciar que los soviéticos han puesto un satélite en órbita a 900 kilómetros de altura.
Berkner, viró la cara y ambos se miraron atónitos, lo increíble había ocurrido. Sin embargo, Berkner, científico al fin,  con gran aplomo, sabedor de la responsabilidad que caía sobre sus hombros, se dirigió al centro del salón y con vigoroso aplauso, impuso silencio y llamó la atención de toda la concurrencia. 

Continuará...
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