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viernes, 2 de septiembre de 2011

Los libros de la pequeña historia...

Comparto con mis amables amigos una serie de experiencias muy estimulantes que han ocurrido a lo largo de la vida. Desde niño me interesé en los satélites. Creo que nadie puede explicar con claridad por qué nos interesan tales o cuales temas, el caso es que los cohetes, astronomía, estrellas, cometas siempre me han cautivado. Recuerdo muy bien, aunque apenas contaba con unos cuantos años, la experiencia del Sputnik. No exactamente los detalles pero el ambiente en mi familia era de creciente interés, sazonado con muchas preguntas y muy pocas respuestas, sobre todo a la hora de la comida, siempre reunidos  en torno a la mesa. Por fortuna no había televisión en casa y la charla era un asunto de importancia fundamental. Los debates de máximo interés los sostenían  mi padre y abuela materna, curiosos ambos y charlistas con un gran sentido del humor y pensamiento muy agudo. Mi abuela, dotada de una memoria sobresaliente;  al vivir los días de la revolución-era una niña entonces- platicaba sus andanzas y experiencias y nos dejaba a todos con la boca escurriendo baba del asombro. Mi padre más adusto, lector de amplitudes homéricas, apenas había terminado la escuela primaria, huérfano desde muy pequeño debió trabajar desde su niñez y abrirse paso en la vida con una inteligencia a todas luces anormal, es decir, sobresaliente. Solía decir, yo únicamente estudié un poco de inglés en la Academia Mota y lo aprendió de manera típica en él, cantaba las canciones de Nat King Cole, Robert Goulet, Samy Davis y otros muchos de manera perfecta, sabía más sobre jazz que cualquier otro contemporáneo. El caso es que aquel ambiente me indujo a devorar, si, es la palabra, devorar las novelas de Julio Verne, era un placer indescriptible tener en las manos una de esas ediciones en cuarto, de Editorial Molino de Argentina, con letra menuda y papel amarillento que parecían romperse por cualquier movimiento (aun guardo algunos ejemplares), estas andanzas me atrajeron serios problemas en la escuela, hecho que me llevó a considerar que Bertrand  Russell tenía toda razón cuando dijo "Todo iba bien con mi educación hasta que ingresé a la escuela" Mis hermanos, todos menores, a mi, me veían extrañados de mi comportamiento distante, al paso de los años se convirtieron en doctores en historia o antropología, el caso es que comenzaron las aventuras espaciales, Laika, Explorer, después Yuri Gagarin abrieron mis fantasías y no hacía otra cosa que leer casi con desesperación todo lo disponible en casa, afortunadamente muy abundante. Ingresé como socio lector a la maravillosa Biblioteca Benjamín Franklin, apoyada por la Embajada de Estados Unidos. Prestaban libros a domicilio durante quince días, el maestro Othón Martínez, director de la Biblioteca, me veía llegar y de inmediato me acompañaba a mis lecturas favoritas- casi en secreto solía decirme "acaba de llegar tal o cual libro, quizá te interese"-y de inmediato me dedicaba a leer con una expresión muy cercana a una expresión totalmente asnal, muchas ocasiones sin entender mucho. Un día, un periódico local publicó un reportaje sobre un personaje extraordinario: Domingo Taboada Roldán, un millonario que dedicaba parte de su fortuna y tiempo a sus telescopios y observatorios. Durante días pergeñé la manera de visitarlo, pero era demasiado tímido para intentarlo. Le escribí una carta con mi mejor letra con fecha en rojo y toda la cosa, detalles a dos tintas, supongo se reiría de la coloreada misiva. Para mi sorpresa me contestó de inmediato y además ¡me invitaba a visitarlo a su casa!. Las piernas me temblaban como si bailara rumba, pasaron días, semanas y nada, simplemente no me atrevía, intervino un amigo de mi padre que conocía al señor Taboada y un domingo de agosto, me presentó ante el amable astrónomo. A partir de esa memorable fecha, la vida cambió totalmente de rumbo, los lunes por la tarde dictaba algunas lecciones de astronomía de posición, después a los telescopios, en el refractor o en el reflector disfrutaba  observar estrellas variables, pasaron por mis ojos, Cefeidas, T Tauri, Etha Carina, los satélites Echo I y II, algunos de los primeros soviéticos de la serie Cosmos, el Pageos y así, muchos fenómenos o artefactos que pueblan la bóveda del cielo. Era especialmente estimulante  al anochecer o amanecer, observar los pocos satélites mediante las coordenadas que proporcionaba el Smithsonian y unos ágiles telescopios utilizados en los barcos. Después el proyecto de los LTP (Lunar Transient Phenomena) con vistas a las primeras misiones Apollo. Un día el querido maestro me mostró en los pequeños y bellos murales del observatorio de montura polar, con los rostros de Newton y Einstein, las firmas de Harlow Shapley, Bart Bok y otros astrónomos notables de aquellos años quienes visitaban al maestro Taboada muy conocido mundialmente entre profesionales y aficionados. Ingresé a la Universidad con el propósito de estudiar Física, realmente, al menos en el sentido oficial, no fui un alumno especialmente brillante, la verdad me aburría quizá porque no se veía un futuro interesante o ya había estudiado algunos temas, me dediqué más bien a la filosofía y por ése camino caminé un tiempo. Luego las cosas me llevaron a la geología y de un salto a estudiar volcanes activos, realmente lo mejor que se puede hacer con la ropa puesta.











hace poco decidí intentar escribir una pequeña historia de la exploración espacial. Nada sencillo como lo había imaginado al comenzar. Me dediqué los últimos meses a buscar como gambusino en las  librerías de viejo títulos sobre astronáutica, cohetes, cosmonautas y otros temas afines. Me hice de amigos entre los libreros, de hecho me llaman para avisarme que llegó un "libro que puede interesarte y añaden, si, si ya sé que entre más viejo mejor..." Y he aquí algunos de mis hallazgos, sin contar los numerosos artículos de diversa procedencia: