Una tarde de Té con Klío[1].
En 1905, el mundo comenzó un rápido viraje conceptual del cosmos y paulatinamente penetró en una confusa visión de la vida cotidiana. En aquel año un joven publicaba una de las obras más trascendentes de la historia: Acerca de la Electrodinámica de los cuerpos en movimiento”. El trabajo causó escozor, desconcierto y entusiasmo entre los pocos científicos que abordaron la lectura del artículo escrito por Albert Einstein. Las ecuaciones de Einstein mostraban un universo completamente diferente al construido por las venerables ecuaciones newtonianas. Con la Relatividad y bajo las condiciones iniciales adecuadas, los relojes parecían marchar más lentamente y las longitudes se contraían. La teoría Especial de la Relatividad fue un verdadero martillazo al intelecto y comenzó la apertura de nuevas ventanas a una realidad del universo que nadie o muy pocos habían pergeñado antes. El descubrimiento de que el espacio, el tiempo, la energía y la materia misma, son términos de medición relativos, que dependen del marco de referencia desde el cual se observan no son absolutos, cambiaron radicalmente la percepción de las cosas e influyó poderosamente en nuevas visiones artísticas.
En 1907 Einstein publicó una demostración fascinante en la cual quedaba claro que la energía tenía equivalencia con la masa al multiplicarla por la constante de la velocidad de la luz elevada al cuadrado, la famosa E=mc2. Muchos científicos se lanzaron de inmediato a la búsqueda de expresiones que generalizaran la primera versión de la relatividad, al mismo tiempo los gobiernos europeos se precipitaban rápidamente a la guerra. En 1915 se escucharon rumores, en plena guerra, que Einstein había dado el paso trascendental y había logrado construir la Teoría General de la Relatividad con nuevos contenidos sobre los campos gravitatorios y de paso una revisión a fondo de la física de Newton. En la primavera de 1916, mientras los ingleses preparaban un gran ofensiva contra los alemanes, los trabajos de Einstein atravesaron las líneas de guerra por los Países Bajos y llegaron a Cambridge. Nuevamente la pasión por el conocimiento científico se veía amenazado por las guerras patrioteras que han retrasado el crecimiento humano. Esta vez no hubo manera de detener la comunicación entre científicos. En Inglaterra Sir Arthur Eddington, astrofísico y secretario de la Real Sociedad Astronómica, estudió las ecuaciones de Einstein y las observaciones que eran menester para validar su teoría. En primer término, la teoría predecía que al pasar cerca de una masa de dimensiones estelares, un rayo de luz sería desviado. Para el caso del Sol, esta desviación sería de 1,754 segundos de arco. Para observar la desviación era necesario fotografiar un campo estelar durante un eclipse total de Sol y comprobar la posición de las estrellas, mediante fotografías sucesivas del mismo campo estelar. El siguiente eclipse se produciría el 29 de mayo de 1919. Apenas había tiempo para preparar las expediciones pertinentes para demostrar la validez o no de la teoría. El astrónomo real sir Frank Dyson, solicitó al agobiado gobierno inglés el dinero necesario para armar las expediciones a Príncipe y Sobral en Brasil sitios en dónde se observaría la totalidad del eclipse.
No deja de ser irónico e ilustrativo que los ingleses trataran de probar la teoría de un alemán en plena guerra entre ambas naciones. El mismo Eddington se encargó de revelar las grandes placas de vidrio y fotografiar el cielo en la misma posición seis meses después. El resultado fue sobrecogedor, la teoría de Einstein era correcta. No obstante, Einstein con la proverbial honradez intelectual que lo caracterizó toda su vida, exigía una prueba más difícil de lograr. Se trataba de un fenómeno que ocurre a escala cosmológica y es el corrimiento al rojo, es decir, las galaxias se alejan o acercan unas con otras, pero el corrimiento de las líneas espectrales al rojo indican un alejamiento a velocidades cercanas a la velocidad de la luz. El gran astrónomo estadounidense Edwin Hubble en el nuevo observatorio de Monte Wilson en California y su telescopio de 2.5 m, maravilla tecnológica de la época, logró en 1923 registrar las líneas espectrales de galaxias lejanas. Aun así Einstein no quedó del todo conforme, buscaba experimentos que fueran discrepantes con la teoría, pero el éxito muy difundido de las expediciones inglesas, atrajeron la atención del gran público, la celebridad de Einstein creció al punto de considerarlo una especie de santo, un símbolo de integridad y la imagen del sabio distraído. La ciencia comenzó una lenta penetración al ánimo del gran público. Casi simultáneamente, otra corriente de pensamiento revolucionario hacia su aparición en el horizonte científico e invadía la vida cotidiana. En 1900 el médico austriaco Sigmund Freud publicó una obra emblemática “La interpretación de los sueños. La obra y las investigaciones de Freud eran controvertidos y eran tema de constantes polémicas en los círculos médicos. Al finalizar la guerra, con las tragedias personales que sumaban millones, las ideas de Freud de pronto aparecieron como un elemento nuevo y prometedor, se popularizó el término “trauma de guerra”. Por aquellos años se utilizaban de manera bastante libre tratamientos psiquiátricos con ayuda de drogas o la novedad que era la electricidad y su aplicación a través de electroshocks. En muchos casos no se obtenía ninguna mejoría, los casos sumaban miles y las drogas y otros tratamientos, daban pobres resultados. La aplicación de la electricidad especialmente, incrementó el número de suicidios, era un tratamiento extremadamente agresivo y los pacientes preferían morir para evitar repetir la dosis. La situación se agravó notablemente al punto que en el Hospital General de Viena, el gobierno nombró un consejo consultor con la participación de Freud para definir una estrategia de tratamiento de casos. Esta circunstancia atrajo de inmediato la atención del público, y Freud sorpresivamente saltó a la fama con su impresionante obra que encendía una tenue luz de esperanza a todos aquellos que habían perdido el seso, o como decimos en México, “se les había volado el sarape” a causa de la guerra.
Einstein y Eddington en amena charla. |
No deja de ser irónico e ilustrativo que los ingleses trataran de probar la teoría de un alemán en plena guerra entre ambas naciones. El mismo Eddington se encargó de revelar las grandes placas de vidrio y fotografiar el cielo en la misma posición seis meses después. El resultado fue sobrecogedor, la teoría de Einstein era correcta. No obstante, Einstein con la proverbial honradez intelectual que lo caracterizó toda su vida, exigía una prueba más difícil de lograr. Se trataba de un fenómeno que ocurre a escala cosmológica y es el corrimiento al rojo, es decir, las galaxias se alejan o acercan unas con otras, pero el corrimiento de las líneas espectrales al rojo indican un alejamiento a velocidades cercanas a la velocidad de la luz. El gran astrónomo estadounidense Edwin Hubble en el nuevo observatorio de Monte Wilson en California y su telescopio de 2.5 m, maravilla tecnológica de la época, logró en 1923 registrar las líneas espectrales de galaxias lejanas. Aun así Einstein no quedó del todo conforme, buscaba experimentos que fueran discrepantes con la teoría, pero el éxito muy difundido de las expediciones inglesas, atrajeron la atención del gran público, la celebridad de Einstein creció al punto de considerarlo una especie de santo, un símbolo de integridad y la imagen del sabio distraído. La ciencia comenzó una lenta penetración al ánimo del gran público. Casi simultáneamente, otra corriente de pensamiento revolucionario hacia su aparición en el horizonte científico e invadía la vida cotidiana. En 1900 el médico austriaco Sigmund Freud publicó una obra emblemática “La interpretación de los sueños. La obra y las investigaciones de Freud eran controvertidos y eran tema de constantes polémicas en los círculos médicos. Al finalizar la guerra, con las tragedias personales que sumaban millones, las ideas de Freud de pronto aparecieron como un elemento nuevo y prometedor, se popularizó el término “trauma de guerra”. Por aquellos años se utilizaban de manera bastante libre tratamientos psiquiátricos con ayuda de drogas o la novedad que era la electricidad y su aplicación a través de electroshocks. En muchos casos no se obtenía ninguna mejoría, los casos sumaban miles y las drogas y otros tratamientos, daban pobres resultados. La aplicación de la electricidad especialmente, incrementó el número de suicidios, era un tratamiento extremadamente agresivo y los pacientes preferían morir para evitar repetir la dosis. La situación se agravó notablemente al punto que en el Hospital General de Viena, el gobierno nombró un consejo consultor con la participación de Freud para definir una estrategia de tratamiento de casos. Esta circunstancia atrajo de inmediato la atención del público, y Freud sorpresivamente saltó a la fama con su impresionante obra que encendía una tenue luz de esperanza a todos aquellos que habían perdido el seso, o como decimos en México, “se les había volado el sarape” a causa de la guerra.
Cartel del Bauhaus |
El interés y el entusiasmo eran cocinados adecuadamente en una Alemania que aun se reponía de las pérdidas de la Guerra Mundial I. El caldo de cultivo estaba a punto. Es importante reflexionar que la actividad científica, artística o acciones sociales determinantes no surgen espontáneamente. Estos complejos procesos culturales se desarrollan bajo condiciones peculiares, que generan cambios de referencia en la escala de valores y contenidos filosóficos en los cuales se sustenta la visión del mundo de una sociedad. En Alemania, durante los primeros años del siglo XX, la situación social desembocó en la Primera Guerra Mundial. Durante el verano de 1918, los científicos alemanes, en especial los matemáticos, físicos, químicos e incluso biólogos, junto con la población entera, esperaban que Alemania se alzara victoriosa de la guerra, en cuya evolución habían participado de una u otra manera. Los científicos, quizá más profundamente que cualquier otro grupo del mundillo académico alemán, manifestaban gran satisfacción como científicos por los aportes realizados a los éxitos militares y ante la perspectiva de una victoria próxima, el futuro pintaba halagüeño y con claras promesas de significativo ambiente de creatividad y progreso en ciencia y tecnología.
En todos los escenarios posibles ya fueran reuniones académicas, congresos o conferencias el grupo de físicos, químicos o matemáticos solían recalcar la importancia fundamental de sus respectivas disciplinas durante la guerra. Pensaban que durante la posguerra se produciría una estrecha interacción entre ciencia y abundantes resultados tecnológicos y en consecuencia, habría un interés en crear mayores y mejores institutos.
Durante junio de 1918, el gran matemático Félix Klein, en una memorable reunión, a la que asistían ricachones industriales, funcionarios del gobierno y algunos encumbrados de la política que expresó: “... dominados se encuentran nuestros pensamientos por la cuestión de que debe venir después que se haya ganado triunfalmente la paz.” Los deseos de Klein se dirigían, claro es, a lograr un nuevo instituto matemático para su universidad, y de paso reorientar la investigación académica en matemáticas, con el fin de armonizar la investigación con las necesidades de la industria y la milicia. Klein, con gran optimismo, culminó su disertación con la propuesta de dar una nueva dirección a la educación alemana en todos los niveles. Estaba, desafortunadamente, para él y los muchos importantes científicos alemanes, simplemente equivocado.
Durante el otoño de 1918, la esperada y celebrada victoria, se tornó en una amarga y sangrienta derrota. En sólo unos cuantos meses, la imagen pública del científico como figura social respetada y venerable, cambió de referencia dramáticamente.
Muy pronto en Weimar, sede del Gobierno, comenzó un movimiento de rechazo a la razón como instrumento epistemológico, debido a su cercanía con el materialismo-mecanicismo-positivismo y porque la razón, básicamente demostradora, era incapaz de satisfacer el hambre de totalidad, glorificación de la vida, aprehensión de valores y no diseccionar la vinculación causal, como el objeto real del quehacer científico.
Europa en 1914. |
Marcel Proust |
Con la derrota en la guerra, resonaban por las calles las palabras de Saint Simon cuando con terrible dureza les hablaba a los científicos franceses en la aun reciente Guerra franco prusiana: “! Toda Europa se desangra y que hacen ustedes para detener esa carnicería? Nada. ¡Qué digo! Si son ustedes los que perfeccionan los medios de destrucción...
No obstante el sentimiento adverso y ambivalente de la población respecto a la ciencia, por aquellos años surgió la escuela del Bauhaus encabezada por Walter Gropius, con él y sus seguidores se había generado una situación muy peculiar. Las ideas del Bauhaus, en general representaban acertadamente, el pensamiento predominante de la ideología de Weimar. La nueva arquitectura y el movimiento asociado de diseño fueron la expresión de un impulso inherente a los métodos de las ciencias naturales y a los logros de la tecnología.
La respuesta de Gropius no deja de ser ambivalente. Mi principal propósito, dijo, al planear el currículo de la Bauhaus, fue el preparar las facultades naturales individuales para abarcar la vida como un todo, como una entidad cósmica universal... Nuestro principio guía fue que el diseño artístico no es un asunto intelectual ni material sino solamente una parte integral de lo que constituye la vida.
El famoso libro en versión al inglés. |
Aquel era el ambiente en que trataban de desarrollar ideas pioneras en el campo de los viajes espaciales que eran, a su vez, la persecución de sueños, que finalmente, glorificaban el quehacer y el intelecto humano en búsqueda de conocer otros planetas. Había que buscar y asumir la aventura de imaginar. Como lo expresó el escritor Emile Zolá ante un grupo de estudiantes parisinos: “Ha prometido felicidad la ciencia? Ha prometido la verdad, y la cuestión está en saber si conseguiremos ser felices con la verdad...”